Las casonas del Centro Histórico están llenas de leyendas urbanas, muchas de ellas relacionadas con las apariciones de fantasmas, los cuales cobran vida en esta temporada de Día de los Muertos.
El UNIVERSAL Querétaro conoció de algunos relatos en los que se asegura tener la experiencia de haber vivido y escuchado sucesos inexplicables relacionados con la presencia de fantasmas.
Refugio es un hombre que trabajó en un inmueble situado en la calle de Río de la Loza, a escasas dos cuadras de La Casa de Corregidora, en el Centro Histórico de Querétaro.
Don Cuco, como le dicen sus amigos, cuenta que se empleó por más de cinco años con una empresa que edita un periódico, la cual tenía oficinas en la citada calle para comercializar suscripciones, venta de publicidad, reparto de ejemplares, además de que ahí operaba una pequeña redacción y también se hacían actividades administrativas.
Primero se desempeñó como guardia de seguridad y después se cambió a repartir periódicos, actividad que cumplía de lunes a viernes, y su hora de ingreso era entre 5 y 6 de la mañana, hora en que el manto de la oscuridad aún se hacía presente.
Tartamudea cuando recuerda a la “Señora de blanco”, la cual, asegura, es un fantasma que se aparece en esa amplía casona de tres patios: dos ellos con un ambiente tétrico cuando todas las luces del inmueble estaban apagadas, “nos daba mucho miedo caminar por ahí, sobre todo en la madrugada.
“El patio de la entrada, por tener acceso a la calle, era el menos tenebroso; mientras que el segundo patio es bonito... de día, pero cuando está todo oscuro las cosas cambian, porque cuando caminas por ahí sientes alguien te clava la mirada en la espalda”, detalla a este diario.
“Cuando llegábamos a trabajar, muchos acostumbramos a ir un cuarto que funcionaba como cocina, lo hacíamos con miedo, porque la puerta se movía y sentíamos que había alguien ahí que nos miraba y nos quería hacer plática”.
Agrega: “varios de mis compañeros y yo vimos sobre la pared la sombra de una mujer con un vestido blanco, ese fantasma que nunca platicó con nosotros y tampoco nos tocó, pero que convivíamos indirectamente con ella por sentir su presencia y ver la sombra de su silueta”.
El último patio, relata, es el que está en la parte trasera de la casa “pero de plano ahí nadie caminaba porque está muy tétrico, es angosto y hay varios árboles y eso le provocaba mucho miedo a quienes ahí trabajaban, pues esperaban a que diera las siete de la noche y salían corriendo y se quedaba vacío.
“Yo no trabajo para esa empresa, tengo entendido que ya se mudó a otra dirección; sí me enteré que allá, a finales de los noventa, la Legislatura local tenía algunas de las oficinas de los diputados, a los cuales seguramente la señora de blanco les dio un abrazo”, afirma.
En una casa en la calle Felipe Luna, a media cuadra del Templo de la Cruz, Roberto Matías platica que rentó una casa en la cual sucedían “cosas extrañas e inexplicables.
“Vecinos me contaron que los inquilinos anteriores se quejaban porque sucedían cosas extrañas, pareciera que al fantasma le gusta abrir las puertas”.
Explica que principalmente el fenómeno se da por las noches, “acostumbro cerrar la puerta de la cocina y las recamaras y eso lo hacía todos los días; más tardaba en cerrar la puerta, [y] en cuestión de minutos me volvía a encontrar la puerta abierta de par en par, eso me desesperó en principio, pero después me dijeron que había un fantasma y eso me alarmó”.
Sus vecinos le revelaron que ahí se suicidó un joven al que no dejaban salir sus papás a divertirse con sus amistades, situación que le habría provocado una desesperación emocional, “por eso cuentan que ahí hay un alma en pena que anhela la libertad y lo manifiesta abriendo las puertas que sus papás le cerraban en vida para no dejarlo salir a divertirse”, platica.
“Debo de reconocer que nunca vi a ese fantasma, nunca me espantaron, sino que era una situación que me provocaba enojo e incomodidad, pues yo cerraba las puertas por muchos factores, entre ellos para evitar la entrada de moscos o evitar que entrara el frío, pero algo sucedía y manera inexplicable se volvía abrir, ese fue el motivo por el que me cambié de domicilio”.
Martín Montiel vivió un corto periodo en la calle de Mariano Escobedo, también en el Centro Histórico, a unos metros de la Iglesia de Santana, en el tradicional barrio del mismo nombre. Cuenta que en las noches, casi todos los días, se escuchaban pasos en la azotea.
“Parecía que correteaban a alguien, era desesperante, porque sentía que se metían a robar, además de que no dejaban dormir esos ruidos”.
Añade que varias ocasiones subió para ver qué pasaba y no encontró nada: “allá arriba, en la azotea, todo estaba en orden, no había nada, pero después de bajar de la azotea se volvían a escuchar los pasos”.
Agrega que nunca supo qué pasaba en su azotea, “incluso en una ocasión llamé a la policía y les conté que creía yo que alguien se metían a mi domicilio para jugarme la broma o maldad intencional de no dejarme dormir, ellos fueron, subieron al lugar, pero no encontraron nada, todo era inexplicable para mí y mi familia”, relata.