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Juriquilla tiene dos caras. En esta zona de la capital del estado se ven dos realidades sociales diferentes. En una parte hay un club de golf, fraccionamientos lujosos y autos último modelo de marcas premium. La otra, el pueblo, como se le conoce a esa zona de Juriquilla, con calles angostas, casas con entradas pequeñas en cuyos interiores viven cuatro o cinco familias.
Son dos mundos diferentes, separados por una barda en la que hay varias puertas que permanecen abiertas de 6:00 a 20:00 horas. Desde el pueblo cruzan decenas de personas a realizar trabajos domésticos en las residencias de lujo de Juriquilla, que deben de regresar a sus casas antes de las ocho de la noche para poder alcanzar abiertas las puertas que divide a ambas zonas.
Ambos Juriquillas viven de manera diferente la emergencia sanitaria y el aislamiento social. Mientras en un sitio, el de los lujos, poco a poco regresa el movimiento. En el otro, si no se sale a trabajar, no se vive.
Alfonso Valadez, adulto mayor, toma un minuto para recuperar el aliento. Ingresó a su domicilio, en el pueblo de Juriquilla, por su bastón. Hace unos años, cuando circulaba en bicicleta, fue atropellado por el conductor de una camioneta. Dice que luego de eso ya nada fue igual, pues perdió parte de la memoria y una de sus piernas no quedó del todo bien.
Antonio Becerra Elías, jubilado, también vive en el pueblo. Observa a su esposa, Remedios Suárez, quien se sienta. La adulta mayor usa una andadera, pues tuvo una lesión en la cadera.
A pesar de ser jubilado, Antonio Becerra dice que le gusta recolectar botellas de PET, “ahí para lo que salga”, ello, pese con el riesgo de contraer SARS-CoV-2.
Alfonso se sienta en la acera frente a su casa. Es visitado por una vecinas del pueblo que han trabajado por su comunidad y que conocen las necesidades de sus vecinos.
"Eso que vieron, las obras en la calle principal, son las primeras en muchos años. Nadie venía a arreglar el pueblo", señala una de ellas, quien pide en anonimato, porque ha sido muy "visible" y le preocupa su familia.
La entrada de la casa de Alfonso es pequeña. La barda está en mal estado. Junto a otra puerta, están los medidores del servicio del agua, son cinco.
A unos metros de la casa de Alfonso se ubica la de Antonio. El hombre dice ya sólo se dedica a labores domésticas.
“Trabajaba en el campo de golf, era operador de máquina. Ahí duré 30 años. Tengo 17 años que me pensioné, porque tengo 78 años ahorita. Mi esposa tiene 77 años”, abunda.
Comenta que durante este tiempo han estado tranquilos, no se han enfermado. Sale a dejarle el almuerzo a una hija, a uno de los negocios cercanos. Sale también a juntar PET y cartón, aunque sea para “el refresco”.
Apunta que ha recibido apoyo de gobierno, pero sólo fue una ocasión, en abril pasado. Espera volver a recibir apoyo, porque sí le fue benéfico. Dice que tuvo seis hijos, aunque uno falleció.
Comenta que actualmente sí cuentan con servicios médicos, pero que en estos momentos han dejado de acudir a consulta para evitar ser contagiados con el nuevo coronavirus.
Las paredes de la casa de Antonio lucen llenas de jaulas de aves. Es un gusto que tienen él y su esposa. Un pasillo largo y angosto lleva al pequeño patio donde se hallan las jaulas.
Unas escaleras llevan a donde viven algunos de sus hijos. Es lo habitual, en el pueblo de Juriquilla, que un predio sea habitado por varias familias. La mayoría de las viviendas son de los abuelos, y conviven tres o, incluso, cuatro generaciones.
Cada mes tiene que acudir a contulta, ésta se la cancelaron hace dos meses. Tiene receta para que le surtan los medicamentos que necesita para la afección del aparato respiratorio que padece. También tiene problemas de la vista y el oído pero se atiende.
Antonio y Remedios se despiden de las vecinas que “les dan una vuelta” para saber cómo están. La pareja de adultos mayores sonríen mientras las mujeres se retiran. Antonio regresa a la bolsa negra que está medio llena de botellas de PET.
Sigue con su rutina que lo lleva diario a las calles de su pueblo. Calles que ya respiran la reactivación de los negocios, aunque aún prevalezca el riesgo de contagio de Covid-19.
Del otro lado, las cosas en ocasiones no son diferentes. Miguel García dice que muchos adultos mayores viven solos en grandes viviendas, donde, por momentos, la única compañía son las trabajadoras domésticas que terminan siendo parte de sus vidas, ante el abandono familiar.
Muchos de los vecinos de los fraccionamientos son solidarios; se han unido para apoyar a los vecinos del pueblo, llevando despensas y apoyo a los menos favorecidos “del otro lado”.
Buena parte de la economía del pueblo, expone, depende de los habitantes de fraccionamientos, ya sea porque dan empleo a la gente, o por sus compras en los negocios locales.