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“Nunca dejé de trabajar mientras estuvo el confinamiento”, dice María de la Luz Jiménez González, quien padece discapacidad visual y que para sobrevivir canta afuera de una tienda departamental ubicada frente al jardín Zenea.
Los transeúntes caminan con calma. Las hasta hace unas semanas silenciosas calles del centro de Querétaro vuelven a llenarse de ruido, autos y olor a palomitas de maíz con mantequilla. La voz de María de la Luz nunca se fue, no podía darse ese lujo, aunque no hubiera nadie para escucharla.
Señala que aunque la cantidad de personas disminuyó durante los meses de aislamiento social, debía salir para mantenerse, pues esa es la única forma que tiene para hacerse de recursos para vivir.
María de la Luz interpreta una canción del grupo de los ochenta Flans. Su voz se junta con la música en una bocina que lleva consigo. Del otro lado, su bastón. Se coloca cerca de la puerta de la tienda, para aprovechar la salida o entrada de los clientes.
Algunas personas se acercan hasta donde está María de la Luz para dejar unas monedas en el vaso de plástico, que vacía luego de cada canción, aunque en ocasiones no cae nada. Pareciera que todos pasan por un mal momento económico.
La mujer asegura que, pese a ello, la gente no le dejaba de cooperar. “Yo, por necesidad, no pude encerrarme en mi casa, así que todos los días venía a trabajar. Vivo en el centro, pero en Mariano Escobedo”, apunta.
Para María de la Luz y las personas con alguna discapacidad, la emergencia sanitaria representó un reto, pues tuvieron que extremar aún más que el resto de la población las medidas de higiene.
“Ahora sí que las medidas higiénicas las llevamos como ustedes. Al menos yo trato de lavarme las manos a cada rato, después de ir al baño, antes de comer, ando con mi cubrebocas, nada de que ahorita me lo quito para cantar, si no, no puedo”, abunda.
Señala que no siente mucho temor de salir a la calle a ganarse la vida, “pues cuando le toque a uno, aunque se quite”.
Apunta que ella sí fue beneficiaria de ayuda gubernamental durante lo más crítico del confinamiento, pues recibió despensa por parte del gobierno estatal.
María de la Luz recuerda que desde hace cinco años se dedica a cantar en la calle, cuando decidió radicar en Querétaro, pues es originaria de Villa Nicolás Romero, en el Estado de México.
Antes era ama de casa, todo el tiempo lo pasaba en su hogar. También explica que no nació con discapacidad visual. Perdió la vista a los cinco años, cuando tuvo una caída, golpeándose la nuca y desprendiéndose la retina, “pero como el Seguro actúa ‘bien rápido’, dio la cita en 15 días”.
Luego del accidente tuvieron que pasar siete años para que recibiera educación. Sus papás, hasta que cumplió 12 años, la llevaron a que recibiera instrucción especial. Sabe leer en braille; aprendió en una escuela en Coyoacán, en la Ciudad de México.
María de la Luz recibe atención médica institucional, aunque su salud, comenta, está en términos generales “buena. Tenía una molestia en un brazo, pero ya pasó”.
En la calles hay más movimiento
Las personas aprovechan el color naranja del semáforo epidemiológico para salir a la calle. Compran ropa, pagan servicios, acuden al banco o salen a caminar.
Esta situación provoca que más gente le coopere a María de la Luz, con lo que su economía tiende a mejorar de manera paulatina.
Precisa que sale a trabajar a las nueve o 10 de la mañana, y regresa a casa hasta las 10 de la noche. Pasa cerca de 12 horas en la calle, buscando el sustento, al igual que muchas otras personas que viven con alguna discapacidad.
De acuerdo con cifras oficiales, en Querétaro 6% de la población, alrededor de 120 mil personas, tiene alguna discapacidad. No todas cuentan con apoyos o empleos formales, prestaciones y seguridad social, por lo que muchos se encuentran en la economía informal.
María de la Luz ríe cuando le comentan que canta bien. Responde que le gusta hacerlo, aunque “no lo haga bien”.
Sobre el futuro, piensa que será incierto. “Dicen que la contingencia o que esto se va a quedar hasta octubre. Luego dicen que es incierto, yo lo siento así”, señala con un tono de voz preocupado.
Vuelve a prender su bocina, luego de tomar las monedas del vaso de plástico y guardarlas en un pequeño bolso que lleva consigo.
Toma un sorbo de una botella de bebida energizante, para refrescar su garganta y comienza a cantar otra canción exitosa en la década de los ochenta.
Una mujer que sale de la tienda busca en su bolso el monedero. Saca dos monedas y se acerca a donde está María de la Luz, que cuando escucha caer las monedas en el vaso interrumpe la interpretación para dar las gracias.
La voz de María de Luz y la música se escuchan hasta el jardín Zenea, donde cientos de personas caminan o se sientan en las jardineras o las bancas. Todo parece regresar a la normalidad. Hay más gente en la calle, lo que significa para Luz una esperanza de contar con más ayuda.