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El vapor escapa de la olla cuando Jorge Martínez Manrriquez la abre para tomar un tamal. Le quita la hoja que lo cubre y lo coloca sobre el bolillo que abrió previamente. La torta de tamal, o guajolota, como se le conoce en la Ciudad de México, está lista para el cliente. Jorge, vendedor de tamales, dice que en los últimos años ha crecido el gusto por esta especialidad entre los queretanos, que la adoptan poco a poco.
Jorge se instala a un costado de una de las entradas de Plaza de Las Américas, con su triciclo, donde transporta desde Carrillo los tamales y atole que vende desde hace siete años.
La mañana es fría y Jorge cuenta que las bajas temperaturas propician que las ventas aumenten un poco más, pues los clientes buscan algo más para entrar en calor.
Comenta que hasta hace unos años la torta de tamal no era tan popular entre los queretanos, pues muy pocos las pedían, se les hacía extraño.
“Ya la aceptan más que antes. Muchos preguntaban qué era una guajolota y cómo se comía. Ya les decía que era una torta con un tamal adentro. Ahorita ya muchos saben. Ya me piden que les dé una torta como en la Ciudad de México”, relata.
Por la ingesta calórica, una torta de tamal puede ser suficiente para todo el día. Muchos de quienes la consumen afirman que tras desayunar una guajolota no sienten hambre durante todo el día.
Los clientes de Jorge son muchos. Luego de tantos años en el mismo lugar ya se ha hecho de seguidores de sus tamales y atoles. Sin embargo, la competencia es cada vez más.
Pone como ejemplo a una vendedora del mismo producto que se encuentra a menos de 50 metros, en la otra acera, frente a los edificios de oficinas en la calle de Ejército Republicano.
“Ya no es como antes. Antes uno vendía un poco más. Ahorita con esto ya ha bajado la venta. Hay más competencia. Unos, por lo mismo que se les hace fácil, piensan que el negocio es fácil. Muchos dicen: ‘No, es que el tamalero aquel vende bien, gana bien’. Pero no es eso. Falta el trabajo que hace uno”.
Un cliente llega hasta el triciclo de Jorge. Pide una guajolota. Es la tercera que vende en menos de 15 minutos.
Tras atenderlo, agrega que debido a la competencia que tiene al lado, tuvo que bajar el precio de los tamales. Tiene que darlos a 12 pesos, para poder vender, pues la competencia los ofrece a 17 pesos. “No lo podemos subir porque la gente ya nos conoce de años. De hecho, gracias a Dios nos compra”.
Apunta que para vender deben pedir un permiso. Jorge pertenece a la Fecopse, organización que lo respalda.
Asevera que la competencia en la calle es intensa. Recuerda que en el otro puesto que tiene lo cambiaron, pues había un comerciante que ya vendía en la vía pública. “No es sólo llegar y plantarse. Hay muchos que pelean un lugar”.
La jornada de Jorge comienza desde la tarde de un día antes, cuando comienza a preparar salsas y las hojas. A las 20:00 horas comienza la elaboración de los tamales. Si hace 15 kilos de masa, en dos horas están listos. Los deja cociendo, calculando que a las cuatro de la mañana ya estén listos.
Comenta que muchos tamaleros preparan su producto para muchos días, no son frescos, como los que él elabora. “Los tienen refrigerados. Nosotros, los que trabajamos, somos pocos los que lo hacemos a diario, y es más laborioso hacerlo así.
“Igual el atole. Nos levantamos a las cuatro de la mañana a poner el agua, y empieza uno a salir a trabajar a las cinco, cinco y media a la calle. Yo vengo de Carrillo”, abunda.
Recuerda que durante la pandemia y su confinamiento tuvo que dejar de vender durante un mes, tiempo que aprovechó para regresar a Jalpan de Serra, de donde es originario.
“Nos obligó a parar. Ahorita que regresamos nos dijeron que necesitamos vacunarnos para volvernos a instalar. Ya nos vacunamos y nos dejaron trabajar”, precisa.
A Jorge lo ayuda su esposa, pues sus hijos son menores de edad, una niña, de 13, y un niño, de 12 años.
Añade que para su negocio el mayor movimiento en la calle y de personas no le afecta, pues su mercancía y sus productos la gente los conoce y los busca. De hecho, puntualiza que en ocasiones tiene pedidos grandes, de hasta 300 tamales.
“Gente que nos ha pedido para el 2 de febrero ya sabe cómo trabajamos”, dice.