En el corazón de la ruta del Queso y el Vino, donde predomina el paso de turistas hacia tres de los seis Pueblos Mágicos del estado, la escenografía parece haberse detenido en el tiempo, muy lejos de la modernidad, al observar a un grupo de señoras lavar ropa a mano.
Esto se da en los lavaderos públicos El Sabino, los cuales están al pie de la carretera Querétaro–Tequisquiapan, en la comunidad de Fuentezuelas, que se encuentra rodeada de viñedos y queserías.
Fuentezuelas, a 20 minutos de distancia del Aeropuerto Intercontinental de Querétaro (AIQ), es paso obligado para llegar a los Pueblos Mágicos de Bernal, Cadereyta y la cabecera municipal de Tequisquiapan.
De acuerdo con datos bibliográficos, los lavaderos públicos tuvieron su auge a principios del siglo XVIII y a estos espacios llegaban mujeres quienes se reunían a lavar la ropa a la orilla de un río, un arroyo, en las acequias, pozos o en las fuentes, ya que en las casas no llegaba el agua para realizar la actividad.
También se decía que los antiguos lavaderos, además de un sitio de trabajo, eran puntos de encuentro y de tertulia para las mujeres del lugar.
Con la llegada de la lavadora y la introducción, cada vez mayor del agua en las casas, estos espacios desparecieron.
Por eso, llama la atención que Fuentezuelas, comunidad del municipio de Tequisquiapan, es el único lugar del estado de Querétaro en donde hay unos lavaderos públicos, “pero no sólo hay uno, sino dos: El Sabino y allá, cerca del cerro”, esto platica Carmen Gudiño, quien llega desde La Laja, una comunidad cercana, para lavar las prendas de su familia.
Los lavaderos de El Sabino están junto al pozo de donde surge el agua que alimenta a estos lavaderos, de donde los agricultores captan los escurrimientos del líquido ya utilizado por las señoras para darle un reúso en el riego de sus tierras.
“Desde que tengo uso de razón me acuerdo de estos lavaderos, siempre han estado, pero ahora, con la modernización de la carretera, están a la vista de todos, antes casi no se veían”, dice Carmen, una mujer de tez morena y complexión robusta.
Al platicar con EL UNIVERSAL Querétaro, la voz de Carmen es opacada por la caída del agua cristalina que llega desde el pozo cercano y se almacena en una amplia pileta.
Carmen, a quien se le observan unas manos anchas y gruesas, dice que le gusta estar varios días en ese lugar, pese a que no vive cerca, “pues aquí el agua es gratis y en mi casa me cobran; me traen en una camioneta, conozco bien a las señoras que vienen, porque mis papás viven aquí y eso facilita las cosas”, relata a este diario.
“Lavamos con harta agua y también echamos chisme a gusto con todas las señoras que vienen, sobre todo cuando hay días que se llena el lugar, hay 20 lavaderos en total, pero eso sucede los sábados, principalmente”, dice Carmen, quien emplea un jabón de pasta para quitar “las manchas y la mugre a su ropa”.
En estos lavaderos, subraya, no se cobra a nadie, “puede venir quien quiera y tenga ganas de lavar y, a pesar de que es cansado, a mí me gusta mucho, ya me acostumbré a lavar aquí, a pesar de que en casa tengo una lavadora que no ocupo”, expone la mujer.
Recuerda que hace diez años se remodelaron los lavaderos, aunque también comenta con emoción que algunos de sus familiares, entre ellos sus abuelos, le contaron que están desde hace 200 años.
Por su parte, Marcela Vega, una mujer de tez morena, pero de complexión delgada, dice que también le gusta estar en los lavaderos:
“Me distraigo lavando la ropa, platicando con las señoras de nuestras cosas, pero también veo los coches que pasan en la carretera, porque estar en mi casa me da flojera”.
Los lavaderos, comenta Marcela, son parte de la cotidianeidad de la comunidad, por lo que al menos ahí está tres veces a la semana: “yo sí vivo en Fuentezuelas, vengo muy seguido y me traigo mi ropa hasta aquí, en una carretilla”.
Este es un lugar muy visitado, comenta, pues viene mucha gente de otros municipios a lavar, “llega gente de Querétaro, Colón, El Marqués... ustedes [los reporteros], que vienen a realizar entrevistas, también se deberían quedar a lavar, ¡tráiganse su ropa!”, comenta.
“A mí lo que gusta lavar aquí son las cobijas, porque utilizo harta agua, eso me gusta, aunque también hay otros lavaderos aquí en Fuentezuelas, están casi llegando al cerro, ahí el agua sale de un manantial y la gente, además de lavar, se mete a bañar”, relata Marcela.
A este lugar dice que viene mucha gente, “desde la cinco de la mañana hay señoras lavando, a mí me gusta mucho lavar y, pese a ello, no tengo maltratadas las manos, y tampoco me canso de la espalda, ya me acostumbré”, atiza.
“Aquí es común que las señoras digan ‘traemos la ropa mal lavada pero bien enjuagada, porque utilizamos mucha agua’”, dice Marcela Vega, quien muestra emocionada su pequeña cubeta amarilla que mete a la pileta para sacar el líquido con el cual quita el jabón, para después escurrir y poner a secar sus prendas.