Magdalena Trujillo Barragán, ingeniera mecánica con maestría y doctorado, presume su “juguete”, una máquina de inyección de plásticos con un costo de tres millones de pesos.
Llegar hasta donde está no fue fácil, pues en su tiempo de estudiante ser mujer en Ingeniería era raro y complejo, por los prejuicios y la misoginia.
“Creo que la dificultad es generacional. Para mi generación fue extremadamente difícil, muy problemática, mucha misoginia, que hasta la fecha muchos profesores viejos aún la tienen.
Sin embargo, los jóvenes son más conscientes de que esto debe terminar. No es así tanto con los viejos, si no más bien con los jóvenes que están impulsando esta parte”, subraya.
Destaca que es difícil porque también hay muchas mujeres a quienes no les gusta “meterle mano” a las cosas, cuando todas deben hacer un “huequito” para que quepan más mujeres.
También se enfrentaba a los compañeros que cuando ella quería arreglar una máquina se acercaban para decirle que ellos lo hacían.
La ingeniera recuerda que ella tenía que acudir con pantalón a la universidad siempre, pues cuando iba de falda era acompañada de chiflidos. En su generación eran sólo ocho mujeres y 250 hombres.
Magdalena ha tenido una carrera exitosa, investigando la creación de plásticos cien por ciento biodegradables en tiempos más recientes.
“Me gustan las máquinas y las herramientas. Gran parte de mi trayectoria académica ha sido enseñarle a los chicos a manejar máquinas y herramientas. Cuando salí de la facultad, obviamente, me fui a la industria, como toda joven inquieta. Trabajé tres años fuera y después me metí a la UNAM. De ahí ya no salí. Me gustó mucho. Tengo 35 años de servicio. Ya es toda una carrera en la UNAM”, comenta la ingeniera.
Por un tiempo se dedicó a investigar las microestructuras de los metales.
Después, hace 25 años, comenzaba el auge de los plásticos en México, pero no de los plásticos y sus aplicaciones, sino que faltaba educación en el área de plásticos y ella empezó a promover el conocimiento de estos materiales y cómo funcionan.
En aquel entonces, por un proyecto, compró una máquina de inyección de plásticos de 50 toneladas de fuerza de cierre. En ese tiempo creó un laboratorio de inyección de plásticos, en Ciudad Universitaria. Se presentó una oportunidad de tener vinculación con la industria. La empresa Avance Industrial le donó la máquina de inyección de plástico, con lo que arrancó proyectos.
“Como mi formación inicial fue en el área de materiales, y hasta la fecha doy la clase de Ciencia de materiales, me empiezo a empapar con la parte de los plásticos. Nada más que la parte de los plásticos lleva una parte química que normalmente se dan en las facultades de Química”, explica.
En su laboratorio, en la Unidad de Alta Tecnología (UAT) de la UNAM Campus Juriquilla, hay varias áreas de estudio: una parte es el estudio de los materiales; diseño de moldes para las máquinas, y diseño y producción del uso de la máquina de inyección para hacer cualquier pieza de plástico.
En aquel entonces, 2006, comienza la satanización del plástico en general, aunque son los productos de plástico de un solo uso (popotes y bolsas) los que realmente contaminan. Se comenzaron a desarrollar los plásticos oxodegradables, que fueron más dañinos que los plásticos. Se sustituyeron con los plásticos biodegradables y compostables.
Hoy en día se exploran muchos plásticos. En los laboratorios de química se desarrollan nuevas formulaciones, para que en ingeniería, como usuarios de la transformación de plásticos puedan aplicarlos, o hacer composición de plásticos.
La doctora Magdalena trabaja en la elaboración de plástico hecho con fibra de agave. Aclara que ya existe en el mercado plásticos con fibra de agave, éstos tienen polietileno. Ella, junto con un equipo de expertos, busca desarrollar un plástico cien por ciento de fibra de agave, que dona una empresa de Arandas, Jalisco.
Realizando pruebas con la fibra de agave y molida a distintos niveles, ha podido desarrollar un plástico biodegradable base almidón, hechos con agave, que pueden ser compostables y no dañan el ambiente.
“En los estudios que hemos hecho, bajo el microscopio, resulta que la fibra no se está agarrando al material. El proveedor de la materia prima me dijo que había hecho la formulación. Estamos en ese paso en este momento. La teoría indica que si aumentará el agarre, pero la novedad es la base almidón, no polietileno”, narra.
A simple vista y al tacto, un plástico base polietileno y un base almidón se sienten igual. No han hecho un producto como tal, pero la novedad es que es totalmente biodegradable, y se ve igual que el base polietileno. Este desarrollo comenzó el año pasado.
Por la resistencia de este plástico, su uso puede ser amplio. Aún no han publicado su resultados porque todavía no acaban de hacer la compatibilización con el agente acoplante, que es aquel que permite que un material polimérico se pueda unir con uno que no lo es.
Subraya que algo que caracteriza a su laboratorio en la UAT es que todo les gusta llevarlo a lo aplicable. Se pueden tener formulaciones que se queden en el laboratorio, pero hay que “saltar” a la parte industrial y esa es la más difícil, porque se requieren recursos económicos para poder hacerlo. Y no hay tanto recursos.
Lamentablemente, el costo de estos plásticos no es barato. Si una empresa quisiera usarlos en sus cadenas productivas se quintuplicarían sus costos. La idea de usar fibras naturales, como agave, aunque se puede usar cualquier material, es reducir costos.
La doctora Magdalena habla con pasión de su trabajo, muestra su “juguete”, explica todos su trabajo y los procesos. Aunque para cualquier cosa que haga requiere de mucho dinero. Sin embargo, no pierde la pasión por su actividad.
“Yo les diría a las jóvenes que quieren estudiar ingeniería que se animen, si es lo que les gusta. Si les gusta la física, la matemática, el quehacer del movimiento de las cosas, no hay de otra más que venir aquí a estudiar y hacer de esto una pasión”, puntualiza.