Como pocas veces en el año, se observa una afluencia poco cotidiana en el Panteón Cimatario; en el exterior, un músico ameniza el ingreso de quienes llegan a visitar a sus seres queridos.

El color amarillo del acotamiento de la banqueta tiene un brillo particular, incluso todavía es perceptible el olor a pintura, señal inequívoca de que ha sido recién pintada.

Aunque diversas personas han dejado de usar el cubrebocas, al dar el primer paso dentro de este sitio, un trabajador del panteón recibe a la gente con una sustancia para desinfectar las manos.

En el pasillo principal del panteón, hombres van y vienen con cubetas de agua que son empleadas para limpiar las tumbas, pero también para poner agua a las flores que las adornarán.

En la pileta el agua fluye, así como fluye la presencia de los cargadores de agua; algunos de ellos se colocan una pañoleta en la nuca, para soportar el peso de las cubetas que anclan en palos de madera, mismo que sostienen sobre sus hombros.

Con pintura de aceite en color negro, Juan Ramón detalla la herrería de la puerta que resguarda recuerdos de su padre, un apartado que forma parte de la tumba. La destreza y el detalle con el que da cada brochazo lo hace con calma y con una dosis de exactitud para no ensuciar el vidrio que permite visibilizar el interior de este espacio, donde está una fotografía de su padre.

Junto a su esposa y sus dos pequeños hijos, Juan Ramón comparte que acude a ver a su padre, como en su infancia lo acompañaba a ver a sus difuntos; ahora, acude con sus hijos, para fomentar una tradición que espera se replique cuando él muera.

Las visitas transcurren en el mausoleo, entre tumba y tumba los caminantes trazan sus pasos para llegar hasta su destino, al caminar por este sitio se observa a diversas tumbas que ya han sido visitadas e incluso adornadas con flores frescas, con papel picado, con algún recuerdo.

Recargada en el pie de un árbol, Wendy Martínez observa la tumba de su madre. En silencio y con la mirada fija, bebe un refresco; a un costado de la tumba aún se observa la tierra mojada, pues apenas hace unos minutos terminó de limpiarla, de dejarla en óptimas condiciones para las futuras visitas.

“[Arregla la tumba] para que cuando vengan mis familiares se vea un poquito mejor. La costumbre es venir cada año, si se puede en los meses anteriores, pero por lo regular cada año venimos mis hermanas y yo a visitar a mi mamá, creo que es una costumbre de generaciones”, refiere.

Acudir al panteón y visitar a sus difuntos, limpiar y decorar la tumba, es una tradición heredada, señala Wendy al recordar que en su infancia acompañaba a su madre a visitar a su abuelo, así como ahora ella lo hace.

“Me acuerdo cuando mi mamá nos llevaba a ver a mi abuelo, entonces esa es la costumbre de generación en generación”, exclama.

Colocar flores, dejar limpio el entorno de la tumba, quitar escombros, es una manera de darles la bienvenida en estos días de muertos.

“De hecho compramos flores para venir a arreglarle, creo que es una de las maneras en las que podemos darle la bienvenida porque ellos descienden”, expone.

A un nicho va llegando un hombre que descarga una cubeta de agua, donde sumerge una esponja para entonces limpiar una tumba; para él estos días son de trabajo, se dedica a llevar agua y a limpiar las tumbas, una labor que desempeña “pa´sacar para comer, si no, no sale”.

Junto con él, llega Jessica, quien acude a visitar los restos de su tío. Con un ramo de flores en los brazos, ella espera a que aquel hombre termine su trabajo.

Relata que procura acudir al menos una vez a la semana a visitar a sus difuntos; al pie de la tumba de su tío J. Guadalupe, Jessica comparte lo preciado que su recuerdo sigue siendo para ella y su familia. “Siempre fue nuestro ángel, sigue siéndolo”, expresa, al tiempo que observa cómo se va retirando el polvo de la tumba de su tío, espera para colocar las flores. De momento se toma el brazo para compartir el tatuaje con el que recuerda a “su angelito”, a quien también visitará en su tumba, en el mismo panteón.

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