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“Esta ofrenda está dedicada a la gente del pueblo”, dice María Guadalupe Barrera Muñoz, restauradora del Archivo Histórico de Querétaro, quién se encargó de elaborar la ofrenda y altar de muertos con nombres de queretanos que vivieron y murieron en la ciudad y de los que se tiene registro en los archivos.
La funcionaria explica que la ofrenda es para aquellos queretanos que no figuran en los libros de historia, aquellos olvidados en los homenajes póstumos, para quienes nunca hay una ofrenda dedicada en su memoria, y cuyo recuerdo permanece en la oscuridad… hasta ahora.
Las tumbas y los altares ocupan el patio central de la casona del Archivo Histórico de Querétaro. El inmueble, uno de los más bellos por su arquitectura y que es tamb sede de la Dirección Estatal de Archivos luce decorado con flores de cempasúchil, veladoras y cruces de madera con los nombres de los difuntos del pueblo. “Ellos son los que hacen la tradición”, dice Guadalupe, quien trabaja en el laboratorio de conservación del patrimonio documental, pero además participa en la conservación de patrimonio intangible, principalmente de las tradiciones fundamentales.
En las cruces de las tumbas se leen nombres que no están en los libros de historia. La niña Flor Elpidia, “quien es ahora un angelito más del señor. Te extrañamos”, quien murió en 1637, es recordada. También la niña María Asunción, al igual que el niño Pedro Simón, junto con el niño Estanislao. Muchas de las tumbas y de los fieles difuntos que se recuerdan son niños. Ninguno de ellos ocupa siquiera una línea en los libros de historia, pero el registro de sus vidas y sus muertes están en los documentos del archivo.
“Este no es un tradicional altar de muertos. Los altares tradicionales están en la gente del pueblo. La gente del pueblo es la que hace las tradiciones, sobre todo en rancherías y localidades. El propio campo, donde se conserva la tradición como es. Es la ofrenda a las ánimas de los antepasados, próximos y ancestrales.
Los personajes conocidos también están incluidos, como Fernando de Tapia, Conín, y su hija, Magdalena de Tapia.
La ofrenda tiene tres elementos muy importantes. La ofrenda de la flor, con el cempasúchil. La ofrenda de la luz, con las veladoras, y la ofrenda de los alimentos. Los altares son cuatro y están representando a personajes queretanos tan legendarios como Chucho El Roto, que robaba a los ricos para apoyar a los pobres. La Carambada, que fue una muy retante, un personaje muy bonito”, explica.
A los que hicieron historia
También otra situación importante, dice, es recrear la festividad tradicional de Día de Muertos haciendo un altar para honrar la memoria de todas las personas que escribieron y que dejaron la memoria histórica de Querétaro. Al final de cuentas el archivo es un espacio de difuntos, ahí quedaron impresas sus situaciones.
Destaca que todos los nombres de las cruces que están en la ofrenda son de personas que están en el Archivo Histórico.
Hay una tumba que llama la atención. Es la de una esclava de nombre Rosa Antonia. En su cruz se explica que fue vendida a los 22 años por don Juan de Mosalve Narvaez, a Juan Andrés, vecino de Santiago de Querétaro, a un precio de 400 pesos.
Guadalupe destaca que tras la restauración de la República y la conclusión del Sitio de Querétaro, la ciudad quedó devastada, por lo que de esa época hay una gran cantidad de actas de defunción en el incipiente Registro Civil.
Agrega que los decesos eran principalmente por epidemias, por la falta de sanidad. La gente moría de disentería, por lo que debieron existir un gran número de casos de salmonelosis, por el sitio de la ciudad, cuyas fuentes de agua estaban contaminadas.
La Catrina
Guadalupe destaca que en el altar que preparó, con el apoyo de la directora del archivo, Carmen Zúñiga, quería que fueran sólo cosas naturales. Recibió la propuesta de poner a La Catrina, pero ella argumentó que era una tradición muy nueva, del siglo XX. Al final aceptó, porque la casa donde está el archivo, en el número 70 de la calle de Madero, fue el lugar de residencia de Antonio Septién y Castillo, su esposa Gertudis Primo y Villanueva era llamada La Catrina, porque tenía poder económico, por lo que sí se puso una catrina, que da la bienvenida a su casa.
Un grupo de muchachas vestidas de negro y con el rostro maquillado entra a observar la ofrenda. Ven con detenimiento las cruces y tras media hora se van
Otro grupo de personas entran atraídos por el altar que se ve desde la calle. Adentro, el personal del archivo se toma unos minutos para encender las veladoras del centro del altar, mientras algunas personas aprovechan para fotografiar el lugar.
Pasean entre las tumbas de los queretanos de hace más de 200 años, quienes caminaron por las calles, vivieron en las casas y murieron en Querétaro, aunque nadie los recuerde, pero que gracias a Guadalupe y a todo el personal del Archivo Histórico de Querétaro se sabrán sus nombres.