Alfonso Bárcenas Moreno y Verónica Misheas Álvarez Aguilón muestran con orgullo el Museo Comunitario de Colón, donde los visitantes pueden tener un acercamiento con la historia del municipio.
El lugar, ubicado en la cabecera municipal de Colón, ocupa parte de una construcción que se ubica frente a la plaza que precede a la Basílica de Soriano. Su fachada lo anuncia.
El museo, aunque pequeño, contiene un acervo importante para la zona, alberga desde vestigios prehispánicos, hasta artículos de principios del siglo XX.
El presidente del Comité del Museo Comunitario, Alfonso Bárcenas Moreno, explica que el recinto pertenece a las redes nacional y estatal de museos comunitarios, las últimas se encuentran en varias cabeceras municipales.
“Este museo abrió en 1993, tiene 28 años, más el periodo que le antecede a recopilar todo lo que aquí observamos. Todo esto que está en las vitrinas fue seleccionado por las autoridades del INAH, por antropólogos, arqueólogos. Seleccionaron y nos apoyaron con la distribución, con la selección, las vitrinas y lo adaptaron como museo. Es pequeño pero muy rico para nosotros que lo hemos estado conservando y que lo hemos impulsado porque es de la comunidad”, abunda.
Comenta que el visitante puede encontrar piezas arqueológicas que fueron halladas en las inmediaciones de la cabecera municipal y otras zonas.
Huilanches y piedras en forma de hacha, vestigios de los primeros pobladores de lo que ahora es Colón se pueden observar en el sitio, además de fotografías de zonas de la parte norte del municipio de Colón, donde hay 14 sitios donde se aprecian pinturas rupestres.
Son lugares de difícil acceso, se hace a pie, o en caballo, dice Alfonso; agrega que el lugar es llamado La Ciudad de las Piedras porque las formaciones pétreas toman figuras humanas.
También se ve en una fotografía un lugar emblemático para Colón, La Barranca de los Pilones. Ahí, durante la Revolución Mexicana se escondieron gavillas, y cerca los cristeros tuvieron un refugio durante la persecución religiosa.
No de menos importancia, está el Pinal del Zamorano, cerro emblemático que junto con la Peña de Bernal y el cerro de El Frontón, forman parte del triángulo de cerros sagrados para el pueblo otomí-chichimeca, explica.
“Cada año los otomíes del municipio de Tolimán hacen una peregrinación al Pinal del Zamorano, porque para ellos representa el calvario donde murió Jesucristo. Los cerros siempre han representado para nuestros antepasados el origen del mundo”, comenta.
En el museo también se pueden apreciar objetos que pertenecieron a las exhaciendas que se asentaron en Colón durante la colonia.
“Se fueron formando tres haciendas (con tierras cedidas por la corona española) que eran dueñas de todo el territorio colonense, que eran las haciendas El Zamorano, Ajuchitlán y Nuestra Señora de la Esperanza. Se fueron fraccionando con el reparto agrario, después de la Constitución de 1917”, explica.
El museo contiene piezas que reflejan la vida cotidiana de las haciendas colonenses. Utensilios que se usaban en las faenas típicas del campo, como rejas de los arados que se usaban tirados con bueyes; fierros marcadores para el ganado; así como un par de raspadores para extraer el aguamiel de los magueyes.
Un armonio, similar a un órgano, pero de menores dimensiones, ocupa un lugar especial; usaba aire para el funcionamiento del teclado. Se utilizó, dice Alfonso, para musicalizar las misas en la parroquia de Colón.
También hay dentro de la colección del museo objetos relacionados a los diferentes oficios que se desarrollaron como la jarciería, la platería, el tejido, la orfebrería, entre otros.
Asimismo, oloteras, para desgranar el maíz, sonajas que se usaban en las pastorelas, recipientes para medir los cuartos de maíz, son testigos de la vida de los habitantes de Colón de hace más de 100 años.
Una parte importante del museo está destinada al movimiento cristero, de gran relevancia para el municipio, por ser donde hubo más resistencia armada contra la persecución religiosa en las primeras décadas del siglo pasado.