“Los más antiguos le llaman chingado, o chingadito, de cariño”, dice Teresa Soto Romero, vendedora de dulces tradicionales en el mercado Escobedo, cuando se le pregunta por los camotes que vende. Su puesto es un monumento a la dulcería queretana y mexicana, pues se pueden encontrar desde frutas cristalizadas hasta los clásicos “pedos de monja”.
Teresa despacha el camote endulzado a una mujer que llega a su puesto. Pide medio kilo, Teresa despacha el producto con rapidez, mientras la clienta y su acompañante ven el surtido.
Las frutas cristalizadas ocupan un lugar amplio. Los jamoncillos, con sus diferentes sabores, resaltan. Los dulces de leche y cajeta también ocupan un lugar importante. Incluso la cajeta elaborada en la cercana Celaya, Guanajuato, también se ofrece a los clientes.
Teresa explica que el puesto es de familia. Tienen ya más de medio siglo vendiendo dulces.
“Tenemos dulces regionales y tradicionales de Querétaro. Aquí, de Querétaro tenemos los camotes al horno, camote sin cáscara, que es el cocido. Otros dulces que tenemos son los cristalizados, chilacayote, calabaza y biznaga.
“Tenemos otros dulces regionales como las glorias, las ollitas de tamarindo, macarrón, las palanquetas de cacahuate, de semilla, amaranto, obleas, jamoncillo de leche de diferentes sabores, como piñón, nuez y envinado”.
La lista es extensa y a la mente llegan también los sabores de las cocadas y los ates.
Teresa comenta que su familia se ha dedicado desde hace mucho a la venta de dulces en el mercado Escobedo y en otros más.
Dice que una prima que tiene en el mercado lleva más de 50 años en la venta.
Apunta que algunos de los dulces que vende los elaboran ellos mismos, en la familia. Otros lo compran a proveedores en Querétaro y en El Bajío. Aunque la mayoría son queretanos.
Explica que para hacer el camote se usa un horno similar al usado para hacer pan.
La comerciante destaca que lo que más busca la gente son los camotes que luego colocan en cajas con la leyenda “Recuerdo de Querétaro”. Para esos fines también compran la calabaza y la biznaga cristalizadas, así como la cajeta y el rompope.
Sin embargo, Teresa apunta que las ventas para ella han sido bajas. Desde abril del año pasado los precios aumentaron, la gente dejó de comprar los dulces tradicionales. El negocio no es tan dulce en estos momentos.
Explica que diciembre es un mes en el cual siempre se recuperan de las pérdidas del año, pero en esta ocasión de poco sirvió ese mes. Las ventas también fueron flojas.
Sin embargo, dice que esa situación no es exclusiva del mercado Escobedo. Ha escuchado que en otros centros de abasto la situación fue muy similar. “Dicen, ‘ahora sí no vimos Navidad’”.
Comenta que invirtieron mucho en dulce y no valió la pena, pues no sé vendió como en ocasiones anteriores.
Teresa interrumpe la charla. Una joven se lleva unas glorias. Casi se marcha cuando decide dar vuelta en la esquina del puesto, donde hay otros dulces. La joven, que no pasa de los 25 años, se toma su tiempo. Elige con cuidado lo que llevará además de las glorias.
Luego de un tiempo toma unos dulces más. Los paga, da las gracias y las buenas tardes y se marcha. A los pocos pasos abre la bolsa y come una golosina de las que acaba de comprar.
Teresa menciona que incluso extranjeros llegan a visitar su puesto en el mercado, pues alguien les han platicado del surtido de la dulcería mexicana.
La mujer dice que en lo personal prefiere los jamoncillos. Son sus favoritos. Aunque el camote y la biznaga, por la tradición, están también entre sus preferidos.
Además de los sabores, los dulces en el puesto de Teresa son un agasajo visual. El colorido de los mismos son parte del gusto. Pocas tradiciones de postres en el mundo son como la mexicana.
Teresa dice que tiene a su clientela fija después de tantos años vendiendo en el mercado. A veces cuando salen del estado hacen escala en el mercado para llevar dulces para el camino.
Ella tiene una charla amena. De la misma forma en la que dice los nombres de los dulces, que de personajes que visitaron su puesto, como el exgobernador José Calzada Rovirosa.
Teresa dice que actualmente hay mucha competencia en la venta de dulces tradicionales, principalmente en el centro de la ciudad, donde además de puestos fijos, los hay informales.
Sin embargo, los camotes sólo se consiguen en el mercado. En otros puestos o negocios no se venden los chingaditos.
“Desde niña empecé a trabajar aquí a los siete años, escuchaba que les decían chingados”, dice la mujer, quien ha vivido toda su vida en el mercado.
Incluso, dice que hace muchos años, cuando los toreros emprendían el camino hacia la plaza pasaban por sus dulces.
Teresa añade que las autoridades deberían hacer algo para promover los mercados, que se conozca la riqueza gastronómica y cultural que tienen, pues cada uno tiene su historia y su especialidad.
Vuelve a su trabajo. Observa la mercancía que tiene. Sonríe a quien pasa frente a su puesto, ofrece los camotes, como lo hace ella y su familia desde hace más de 50 años, esperando que el gusto por estos dulces permanezca.