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Después de media hora esperando un camión, Javier decide tomar un taxi colectivo al centro, aunque la unidad no tenga la cromática ni las placas del transporte público. Es un auto común que funciona como taxi pirata, uno de los muchos que dan el servicio en la zona metropolitana de Querétaro.
A Javier, trasladarse desde su domicilio en El Marqués a su trabajo en un taxi ordinario o de aplicación le costaría al menos 90 pesos, que no se compara con los 20 pesos que le cobra la unidad que debe compartir con otras personas.
Javier sube a la parte de atrás del auto conducido por un adulto mayor. El operador no lleva identificación. En el tablero sólo hay unas imágenes religiosas y una radio que reproduce canciones de Rocío Durcal y Miguel Aceves Mejía.
En el asiento del copiloto va una mujer que subió también con Javier. “¿Alameda?”, preguntó la mujer al conductor, quien respondió “sí”. Por eso Javier subió al coche.
El conductor toma la avenida por donde circula la ruta de transporte público, disminuye la velocidad en las paradas y en una de ellas hace alto total.
Una pareja de mujeres se acerca al automóvil, pregunta al chofer si va a la Alameda. Al tener una respuesta afirmativa, abordan la unidad.
“Buenas tardes”, saludan ambas mujeres, mientras Javier se acomoda pegándose a la puerta. Colocarse el cinturón de seguridad es más que imposible, pues a pesar de que las mujeres son delgadas, el auto es muy chico.
Algunas personas se quedan esperando otro vehículo para abordar. La tardanza del transporte público provoca que el servicio de estas unidades sea socorrido por los queretanos.
Una mujer con una libreta y un radio de comunicación es quien regula los vehículos y “vocea” los destinos.
Alameda, Zaragoza, Los Arcos, Constituyentes, Plaza del Parque, son algunos de los destinos céntricos de los “taxis”.
Mientras avanza por una avenida, la pareja de mujeres comenta las deficiencias del transporte público de pasajeros, la tardanza de las unidades en pasar, cuando lo hacen van llenas y son poco higiénicas.
Viajar en un taxi con más personas se convierte de los males el menos para las dos. Tomar un taxi regular o de aplicación es costoso. El cobro de un taxi de “los amarillos”, al no estar regulado de manera estricta, depende del operador. La “dejada” al centro puede variar entre 120 a 160 pesos, y de 180 a 220 pesos en la noche.
Un taxi de aplicación, puede cobrar entre 70 y 85 pesos, más la propina al conductor que algunas de estas plataformas solicitan para los conductores.
En el caso de estas unidades el viaje es más cómodo, pues no se debe de compartir el vehículo; la comodidad tiene su precio. Aunque también en este caso, la capacitación a los operadores es cuestionable, pues ninguna autoridad regula la preparación de los operadores.
Desde que regresaron los estudiantes a clases presenciales, tomar el transporte público se ha vuelto más complejo, opina Javier. Hay más personas en las calles, van a las escuelas, a sus trabajos. Durante la pandemia no se notaba tanto la escasez de camiones, pero ahora es más notoria, indica.
En las mañanas más personas buscan el servicio de taxi. Poco o nada importa que sean autos particulares. Algunos tienen placas de la Ciudad de México o el Estado de México.
Son personas que han llegado a radicar a Querétaro en fechas recientes y ven en esta actividad, aunque irregular, una forma de ganarse la vida.
Hay horas en las cuales el servicio es más socorrido: en las mañanas, en dirección al centro de Querétaro, mientras que en las tardes, lo es rumbo a los fraccionamientos de la zona metropolitana de Querétaro.
La unidad se acerca a su destino. Quienes descienden en la Alameda lo deben de hacer en las inmediaciones de la misma, casi a media cuadra.
El viaje total dura poco más de 20 minutos. Hubo un congestionamiento vial, sino el recorrido hubiera sido en menos tiempo. Por módicos 20 pesos un recorrido de menos de media hora, cuando en autobús hubiera sido de 40 minutos, no es tan malo, opina Javier.
Los cuatro ocupantes del coche pagan un poco antes de llegar al lugar de descenso. De ahí, muchos tomarán otro transporte público o caminarán a sus destinos, en el primer cuadro.
“No sabes con quién te subes. No sabes si sabe manejar bien o no, si tiene experiencia o es un improvisado que por necesidad se salió a dar sus vueltas. Es un riesgo que corres, todo por llegar pronto”, comenta Julieta, una pasajera.
Las dos mujeres tardan en pagar, bajan del coche y pagan desde la acera. Nadie parece percatarse de la transacción.
El conductor arranca y da una vuelta a la Alameda, para volver a la parada del camión, donde vuelve a ofrecer el servicio a los fraccionamientos marquesinos de donde partió.