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Angélica Pérez espera clientes en la Alameda de La Cañada. Vende nieves desde hace 15 años, aunque los últimos dos han sido complicados, pues los compradores son principalmente alumnos de escuelas cercanas y al no regresar, el negocio no marcha del todo bien, pero es optimista y confía que pronto la gente vuelva a la calle.
Bajo los árboles de la Alameda de La Cañada, a un costado de la alberca de El Capulín, Angélica espera con paciencia mientras en cartulinas de colores escribe la lista de sabores y precios de sus nieves.
Comenta que a la Alameda le hace falta promoción, además de unos sanitarios, ya que estos son buscados por la gente. Dice que muchas personas que visitan el lugar acuden del centro de Querétaro, pues conocen del sitio que tiene historia detrás.
Asegura que con la pandemia le ha ido mal, ya que la gente ya no acude con frecuencia a la Alameda.
Una mujer con tres niños se acerca al puesto de Angélica. Logra cuatro ventas. Se apura a despachar a los chicos. Hace calor, pasa del mediodía y se antoja algo fresco. Son las únicas personas en el lugar.
Apunta que si hubiera más juegos infantiles el sitio sería más atractivo, pues muchas familias buscan llevar a los pequeños a lugares donde se puedan divertir y pasar un buen rato.
Angélica precisa que las nieves son de chocolate, fresa, mamey, limón, con relleno (de nuez, pasa y fresa) y galleta. Dice que aprendió a elaborarlas gracias a su esposo, quien trabajaba con una persona que hacía estos postres, aprendiendo ahí el “secreto” para su elaboración.
Su marido, indica Angélica, vende en la calle, aunque en ocasiones se queda en un solo lugar para ofrecer el tradicional antojo de La Cañada. La cabecera municipal de
El Marqués, así como el barrio de Hércules, en la capital queretana, tienen una tradición añeja en la elaboración de nieves.
La mujer se toma con calma el día. La gente no abunda en el sitio. A unos 20 metros, tres trabajadores realizan una actividad en las tuberías del sitio. No son clientes. Se dedican sólo a hacer su labor, casi sin notar la presencia de Angélica.
Expresa que entre su esposo y ella le dedican a la elaboración de nieve alrededor de media hora, pues como hacen poca no tardan mucho. Los tiempos no son buenos y si hacen mucho producto se queda, lo que genera pérdidas.
Explica que se vieron en la necesidad de salir a vender su producto durante los meses de confinamiento por el Covid-19. “Qué hacemos. Si no lo hacíamos, no comíamos. Hay que buscarle porque está canijo”.
Las ventas durante ese tiempo, declara, bajaron más de la mitad, aunque contaba con la clientela que llegaba a buscarla cuando tenía un antojo estando en casa. Dice que no recibió apoyos gubernamentales.
Recuerda los tiempos previos a la pandemia, cuando en la Alameda de La Cañada se hacían diferentes eventos organizados por el municipio, lo que atraía a muchos visitantes. Eran buenos tiempos para la mujer.
Se acercan dos jóvenes con uniformes del Conalep, ubicado en la comunidad. Ambas observan el puesto y las cartulinas de Angélica. Se acercan, preguntan precios y sabores. Luego de unos segundos ordenan dos nieves de 20 pesos. Angélica se apura a despacharlas.
Luego, una mujer y una niña también se acercan. Piden otras dos nieves. El negocio parece mejorar para Angélica con la llegada de los días de calor y más gente en la calle. Ahora que las medidas sanitarias se han relajado y se aproximan las vacaciones de Semana Santa, las nieves pueden tener buen mercado. “Ojalá que mejoren las ventas en Semana Santa”, subraya.
Sin embargo, la cancelación de la representación del Viacrucis en La Cañada es un golpe para el comercio, pues en esta tradicional conmemoración siempre se espera la visita de más de 20 mil personas.
“Va a ser virtual otra vez. Para qué se arriesga uno. Es que no entendemos. Mucha gente ya no trae cubrebocas, ya no se cuidan. Se confían en que ya están vacunados, pero de todos modos, aunque estemos vacunados, ya no va a ser lo mismo”.
También habla de los eventos que se hacían en el recinto hasta hace unos años, como la Feria del mole, la nieve y la enchilada, cuando los visitantes abarrotaban el lugar, había música y quienes elaboraban alimentos y artesanías ofrecían sus creaciones a los miles de visitantes.
Ahora, Angélica espera que las ventas mejoren, que la “vieja normalidad” pueda regresar, aunque sabe que difícilmente podrá ser así. Mientras, no pierde la fe. Tiene esperanza de que las cosas mejoren, que la gente sepa de la Alameda de La Cañada, que la visiten, que pasen una tarde en ella, debajo de la sombra de los grandes árboles que la habitan, donde sentados en una jardinera podrán calmar el calor con una nieve, de esas, de las tradicionales de La Cañada.