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Patricia Aguilar pregunta al cliente qué llevará. El hombre le pide 20 pesos de tortillas que la mujer le despacha; ella tiene más de 36 años vendiendo los tradicionales tacos y gorditas en Hércules, los más baratos de la ciudad de Querétaro y para muchos los más sabrosos, donde con 20 pesos se puede almorzar.
Sirve con celeridad, al tiempo que señala que ha tenido tiempos difíciles por la pandemia, pues las ventas disminuyeron dramáticamente.
Instalada junto a otras vendedoras, en la parte de atrás de la fábrica de Hércules, en estos días con las remodelaciones que se hacen a la principal avenida del barrio, debió buscar sitio sobre la avenida Emeterio González, frente a las vías del tren, hasta donde llegan los clientes que buscan los conocidos tacos de dos pesos.
“En este tiempo ni siquiera nos han ayudado con una despensa, no nada. Ni despensas ni nada que nos han dado. Hemos sabido que a muchas personas les han ayudado a los comerciantes, pero a nosotros ni en cuenta nos tienen.
“Muchos dicen que no nos ayudan porque no estamos afiliados a algún grupo, pero no somos afiliados a nadie. No, si aquí sólo cinco [somos] las que venimos a vender, y no nos queremos comprometer porque para andar en juntas no tenemos tiempo”, señala.
Alrededor de donde se instala Patricia y sus compañeras que venden tacos y gorditas hay coches estacionados que apenas dejan espacio para los puestos de las mujeres, cuya fama incluso es conocida en la aplicación Google Maps, donde aparecen calificaciones positivas sobre el local.
Sin embargo, pese a ser parte del paisaje del tradicional barrio de la capital queretana, dice que en muchas ocasiones las han intentado quitar de la vía pública. Señala que en estos tiempos las autoridades les han dicho que no tengan personas en los puestos, que sólo den servicio para llevar y no dejen estacionar los autos en doble fila, para evitar que se entorpezca la circulación de Emeterio González.
Los clientes, fieles desde hace décadas, llegan hasta donde está el puesto de Patricia. Piden sus tacos o gorditas, que son despachados en papel de estrasa y una bolsa de plástico, para que conserven el calor. Los botes de salsas están al alcance de los clientes, pero en estos tiempos se despachan en bolsitas. Los refrescos son opcionales.
Autos llegan y los mismos se van. Los conductores o sus acompañantes llegan por los tacos. Piden, son despachados y se van. El servicio en el lugar no está permitido en estos momentos.
Patricia asegura que cumple con todas las disposiciones sanitarias para evitar contagios por el Covid-19 entre sus clientes y ella misma. Si antes ya la higiene era importante para ella y sus compañeras, ahora se vuelve esencial. Cuenta con agua, jabón y gel antibacterial para desinfectarse las manos después de atender a un cliente o antes de tocar los alimentos.
A pesar de la fidelidad de los clientes, las ventas descendieron con la emergencia sanitaria. “No vendemos lo que vendíamos antes”, confiesa.
Muestra las tinas donde lleva tortillas, tacos y gorditas. Antes, hace un año, eran del doble del tamaño. Ahora, a duras penas se vende la mitad. A veces, cuando queda mercancía, Patricia lleva sus taquitos a los familiares de los pacientes de los hospitales. Su corazón y buena voluntad la motivan a la solidaridad.
“Antes era pura tina grande la que traía, entre tortillas, tacos, gorditas y todo. Pura tina de la grande. Una tina era de puras gorditas, la traía bien llena. Ahora son de la mitad del tamaño, al ras, y ni así se acaban”, afirma la vendedora, al tiempo que muestra las tinas de tortillas, antes eran cuatro grandes y llenas. Ahora son sólo tres, más chicas y ninguna va llena.
Narra que aunque ya son parte de las tradiciones del barrio, Patricia dice que no han faltado delegados que las han querido desalojar del lugar que han ocupado durante más de 30 años. Señala que muchos vecinos se quejan de que se instalen en la calle. La queja recurrente era que los clientes estacionaban mal sus coches, obstruyendo la circulación.
“Si la gente se está quejando y todos se están sirviendo de nosotras qué tienen que quejarse, porque la gente tiene que hablar, si uno no les está haciendo daño (…) así la gente. La gente se sirve de uno, pero hablan mal”, abunda.
Apunta que no siempre tienen desorden y destaca que siempre busca que todo está en orden y que no estorben los coches.
Un cliente llega y pide sus 20 tacos. Patricia los despacha. Son surtidos, queso, papa, chicharrón, frijol. Para todos los gustos y paladares, además del alcance de todos los bolsillos.
Ello a pesar de no contar con un lugar establecido. Sin embargo, eso no impide que sean conocidas.
“No nos dejan ni siquiera un lugar establecido para nuestro negocio. Estamos aquí y allá. Ponte ahí, mañana, allá, luego más allá. Al rato hasta allá, porque no viene nadie de la delegación o los inspectores que nos mandaron para acá, porque los inspectores dicen que no se hacen responsable de nosotros. Los inspectores deberían venir para decirnos que tenemos un lugar, ya fijo, para que los carros no estorben y nosotras tampoco”, reta la mujer.
Agrega que en los últimos meses han peregrinado de un lugar a otro. A veces, cuando hay tianguis en el parque Bicentenario de Hércules, los martes y sábados, tienen que lidiar con los coches que ocupan para estacionarse el espacio donde ellas se instalan, haciendo de su labor algo peligroso, además de que, al no existir espacio para sus clientes, éstos se marchan al ver que no pueden detenerse para comprar.
Patricia y sus compañeras no piden mucho. Solicitan un espacio para vender, que no las quiten, que las dejen seguir vendiendo, porque por muchos años se han ganado la vida vendiendo taquitos. Ha sido su trabajo, su sustento. “Mientras me den licencia de estar aquí, aquí seguiré”, refiere.