Los pescadores de Santa Catarina agradecen las lluvias de las semanas pasadas. La presa, ubicada en el municipio de Querétaro, está llena, incluso ya es desfogada de manera controlada.
La pesca de mojarras da sustento a una decena de familias que desde hace más de 30 años viven de esta actividad, la cual estuvo en riesgo hasta hace poco con la sequía que afectó a la entidad queretana por más de tres años.
José Alberto Mejía Aguilar recoge sus arreos de pesca. En la calle que desemboca a la presa están dos lanchas. Una, La Mojarra, es la suya.
Su esposa le ayuda a limpiar el pescado que ellos mismos venden bajo un árbol. Las mojarras recién pescadas están en una caja de plástico.
Pescador desde hace 23 años, José Alberto explica que las mojarras les fueron otorgadas hace más de tres décadas por la Sagarpa, para ayuda de los ejidatarios. Dice que regularmente acuden autoridades sanitarias para vigilar que las aguas no estén contaminadas.
Comenta que su jornada laboral comienza a las ocho de la mañana. “Lo que más me gusta de mi trabajo es que estoy más tranquilo, nadie me manda”.
Indica que a raíz de la pandemia ya no acude tanta gente a la presa a comprar pescado o a pasear. Ahora, con otro escenario de la emergencia, las personas ya vuelven de manera paulatina, aunque no en los números que se tenían antes.
El hombre apunta que a diario pesca entre 10 y 12 kilogramos de mojarra, que él y su esposa venden en la ribera de la presa. En total, son 12 los pescadores de Santa Catarina, en la comunidad de Corea, en la delegación municipal de Santa Rosa Jáuregui.
Dice que aunque por un lado las lluvias llenan nuevamente la presa, si llegan a ser excesivas les afecta, pues cuando la desfogan la cría de mojarra es arrastrada con la corriente.
Comenta que usan red de un solo cuadro, para no pescar mojarras chicas y acabar con las crías. Pescan únicamente los ejemplares adultos o los que alcanzan cierto tamaño.
Antes de ser pescador, José Alberto se dedicaba a la construcción, pero la pesca le gustó más, aunque tenga que dedicarse a la misma actividad todos los días de la semana. Sábado y domingo, dice, son los mejores para la venta.
La venta de su pesca casi siempre está asegurada. “Muchos clientes me encargan. Los vendedores de los mercados me encargan. Ayer llegó una camioneta y se llevó toda la pesca. El kilo está en 60 pesos. Son tres o cuatro mojarras”, dice.
Subraya que para ellos entre más llueva mejor. “Si la presa está más llena es mejor, hay más pesca”, menciona.
A unos 200 metros sobre la misma calle de terracería que bordea la presa, José Esteban Mejía, conocido como El Boy, limpia el pescado que un cliente recogerá más tarde. Él tiene asegurada la venta del producto.
Pescador desde hace 30 años, señala que comenzó en este oficio por herencia familiar. Su padre también era pescador en la presa. En un inicio, narra, se formó una cooperativa con 40 pescadores. Ahora sólo hay 12.
Muchos de los que empezaron ya no están o lo abandonaron porque tenían otros empleos. “Lo que más me gusta de mi trabajo es que lo disfruto. Hago mi trabajo a gusto.
“Cuando te gusta algo lo hacen bien”, indica mientras limpia las escamas de las mojarras y las coloca en otra cubeta.
Junto con la actividad pesquera, El Boy abrió un restaurante donde ofrece, además de las mojarras frescas, otros platillos elaborados con productos del mar. “Ahorita sólo abrimos sábados y domingos, porque entre semana hay poca gente. Se junta todo, pandemia y lluvias. Son detallitos que mucha gente no ve. Se juntó la pandemia y que no teníamos agua. Agosto salió seco. Bendito sea Dios en septiembre ya nos llovió”.
José Esteban empieza su jornada laboral a las siete de la mañana, para terminar temprano y luego atender a los clientes que llegan a comprar pescado. Muchos clientes le llaman y le hacen pedidos. Sólo llegan a recoger el producto.
La actividad de la familia de El Boy gira alrededor de la pesca. Padre de un varón y cuatro mujeres, indica que los fines de semana todos se dedican a atender el restaurante familiar. “Yo soy el que pesca, pero aquí ya le echamos montón para limpiar. Unos en la cocina. Mi chavo y yo nos ponemos a pescar y limpiar. Luego le seguimos en la lancha, porque damos paseos en lancha”, destaca.
Confía en que cuando pasen las lluvias y con la cercanía del fin de año las cosas mejoren un poco más y vuelva la gente a acudir al restaurante y a comprar pescado.
“Tenía clientes en el restaurante que llegaban a las 11 de la mañana, almorzaban y se quedaban a la comida hasta las tres. Ahora le miden, porque no hay lana. La gente que tiene lana la va guardando. No sabemos cómo vienen las cosas”, abunda.
El Boy continúa con su trabajo a un costado de la presa. Una de sus hijas se acerca para ayudarlo a limpiar las mojarras.
En el agua se ven dos lanchas de pescados. En una, dos hombres levantan la red. Otra se acerca a un costado del lugar donde está José Esteban. Es José Carlos Bautista Luna, pescador desde hace ocho años, cuando compró el permiso para esta actividad. Antes, dice, se dedicaba a la construcción.
En la lancha, una caja luce llena de mojarras recién pescadas. Calcula que son entre 10 y 15 kilos. Hay días buenos y otros no tanto, indica.
“Ahora nos va un poco mejor. Antes la presa estaba muy seca. De hecho, se estaba secando. José Carlos dice que entra a la presa dos o tres veces al día, para revisar las redes.
Las lluvias dieron nuevamente vida a la presa Santa Catarina y a los restaurantes que la rodean.
Los pescadores ven con optimismo estos días. A presa llena, ganancia de pescadores.