Hasta hace un año y medio, Concepción López Rodarte trabajaba como empacadora en una tienda, pero la pandemia de Covid-19 la obligó, al igual que a muchos adultos mayores, a guardarse en casa; ello trajo consigo que su afección en la columna empeorará. Ahora, sin empleo, pide dinero en la vía pública para comprar una silla de ruedas que necesita.
Concepción descansa unos minutos en una banca del Jardín Guerrero antes de continuar su camino; en su andadera, una cartulina color rosa pide el apoyo de la ciudadanía para comprar su silla.
Originaria de Tampico, Tamaulipas, pero con 20 años viviendo en Querétaro, narra que en su juventud fue paramédica, pero ahora, con 70 años de edad, con artritis, osteólisis en la columna y problemas en las rodillas con la gonartrosis, no puede ganarse la vida de otra manera.
Actualmente, aunque la tienda donde trabajaba como empacadora les ofreció volver, el traumatólogo de Concepción le recomendó no hacerlo. El último año, sin recibir atención médica ni tratamiento, hicieron mella en su cuerpo.
“Mi traumatólogo me dijo que corría peligro de quedarme sin movilidad en las piernas si seguía trabajando así. El desgaste de los huesos en la columna hace que no pueda caminar derecho. Tengo que caminar jorobada. Ahorita tengo el problema también de mis rodillas hacia abajo, las tengo un poco dormidas. Sí siento mis piernas y mis pies, pero pierdo el equilibrio fácilmente por eso”, explica.
Señala que a partir de los 50 años comenzó con las afecciones en su columna y sus rodillas, pero con el paso del tiempo se hizo más severo. Primero empezó usando un bastón, luego dos, para posteriormente usar una andadera. La que usa actualmente se rompió de una pata, pero un vecino, dice Concepción, se la arregló para que la pudiera seguir usando.
La andadera que usa actualmente, dice, se la dieron en el DIF estatal.
“Ahorita sí me canso mucho. No puedo estar mucho tiempo parada. Ando caminando, pidiendo ayuda, porque vine a solicitar una silla al municipio, pero dicen que no hay en existencia y que no las van a surtir, y que las andaderas posiblemente estén dentro de dos semanas. En el DIF es la misma situación y yo los entiendo. Ellos están sujetos a la viabilidad”, abunda.
Recuerda que en su familia era la más chica, por lo que sus padres sólo le pudieron costear una carrera técnica, pero ella luego, por su cuenta, siguió estudiando. Luego, tuvo a su hija, a quien crió y educó sola, pues es madre soltera. Su hija, actualmente de 50 años, vive en Querétaro. Por ella se mudó al estado, pues se casó con un queretano. Cambió de residencia porque los embarazos de su hija fueron de alto riesgo y necesitaba cuidarla.
Antes de mudarse a Querétaro, en su natal Tampico, trabajaba en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero nunca pudo conseguir su cambio a la delegación local, por lo que renunció, emprendiendo otros empleos, desde vendedora de tarjetas de crédito, hasta conductora de una camioneta de una lavandería, incluyendo la venta de paella en un centro comercial. En uno de sus últimos empleos sufrió una caída por su enfermedad. Le dijeron que ya no podía trabajar ahí, pues se ponía en riesgo.
Luego, fue empacadora en una tienda. “En marzo de 2020, cuando empezó la pandemia, nos suspendieron, nos dijeron que ya no fuéramos a trabajar, por seguridad. Actualmente, ya nos volvieron a aceptar, pero yo ya no puedo desempeñar esa actividad, no puedo estar tanto tiempo de pie”.
Agrega que los dos últimos años laboró en una sucursal de una cadena estadounidense. La fundación de la empresa, señala, los apoyó con una tarjeta con mil pesos para comprar lo que necesitaran y una despensa, pero en agosto del año pasado se suspendió el apoyo.
“Empecé a tener los dolores más fuertes. Fui al Seguro, pero me dijeron que no había consulta de Traumatología por la pandemia, que solamente operaciones de emergencia y que lo mío no era urgente.
“Tuve que recurrir a un médico particular. Son unos médicos cubanos. Ahí me acabé todos mis ahorros, pero ya puedo, al menos, dar pasos y ya no me duele tanto. Puedo caminar, me puedo sentar, me puedo bañar parada. Ya me peino sola. Por esa razón tengo que recurrir a pedir ayuda”, abunda.
Añade que nunca falta un alma caritativa que la ayuda con algo de comida. Pone como ejemplo al dueño de una panadería en el barrio de El Tepe, quien le obsequia pan todos los días. Nunca falta también quien le dé comida.
Dice que su hija la ayuda en lo que puede, pues tras su divorcio quedó con una deuda hipotecaria y está pagando una casa que compró aún casada.
La suma para comprar su silla de ruedas o la andadera no está lejos del alcance de Concepción. Por eso pide a las autoridades y ciudadanía que la ayuden a lograr su meta.
Concepción se levanta de la banca del Jardín Guerrero. Camina hacia la calle 16 de Septiembre para seguir con su jornada. Lo hace lentamente, pero de buen ánimo. Confía en la bondad de la gente. “Siempre me he topado con gente buena, que me ayuda”.