Más Información
Alicia Lozano Jiménez se prepara para la venta de buñuelos, tamales y atole en el atrio de La Cruz. Ella es la tercera generación de una familia dedicada a vender los tradicionales postres en plazas públicas de la ciudad de Querétaro. “Éramos las únicas que vendíamos en La Cruz en ese tiempo”, señala. De eso, ya pasaron más de cuatro décadas.
La mujer se alista para las ventas del día. Aunque el número de clientes aún no es el mismo al que compraba antes de la pandemia de Covid-19. Sin embargo, el trabajo y la necesidad la hace salir a la calle, junto con una decena de vendedores de comida que se instalan en las inmediaciones del templo.
Los encargados de los puestos de tamales, tacos, elotes y otros antojitos comienzan la jornada antes de las dos de la tarde. Las restricciones para la venta de alimentos todavía permanecen en el estado que se mantiene en Escenario A de la pandemia provocada por el SARS- CoV-2.
“Llego temprano, en lo que lavo, voy arreglando, acomodando, pero antes [de la pandemia] era antes de las cuatro de la tarde. Desde que se hacía la oración en la iglesia. Esta es la iglesia que más atrae turismo por nuestras creencias”, comenta Alicia, mientras enciende la hornilla donde calentará la “miel” hecha de piloncillo y con guayabas en su interior.
A un costado, dos torres de buñuelos esperan a los clientes que compran y gustan del tradicional antojo.
Las personas todavía no se animan a salir plenamente a la calle. El temor a un contagio de Covid-19 prevalece en parte de la población. Alicia tiene fe en que ella no se contagiará del virus que ha detenido al mundo en el último año y medio.
Dice que gracias a Dios nadie se ha enfermado de Covid-19 en su familia. Apunta que la fe la ha sostenido, “protegiéndola” de la pandemia. La fe y la tradición de sus parientes le ayudan a seguir a pesar de las dificultades.
Comenta que las fechas importantes en La Cruz son 13, 14 y 15 de septiembre, por los grupos de concheros. El Día de la Cruz, 3 de mayo, precisa, no se festejaba con anterioridad. Ahora ya lo hacen. Donde se festejaba antes era en El Cerrito.
“Aquí es el 12 de septiembre, que es el de Gallos, el 13 es día de las danzas, el 14 es la mera fiesta. El 15 es cuando bajan al centro, que es cuando vienen los penitentes. Los que prometen y le piden con su fe a la Santa Cruz. Esta iglesia ha sido muy fiestera, guarda sus tradiciones. También mucha gente coopera para los castillos, que son caros. Esa es también la tradición de nosotros”, asevera.
La mujer destaca que su mamá , Alicia Jiménez Jiménez, fue entrevistada para un programa de un canal internacional, donde abordaron el tema de las tradiciones de La Cruz y las creencias de las personas.
En el carrito de Alicia hay una manta con el nombre de su puesto. A un costado de ésta hay unas fotos de su mamá y su abuela, cuando comenzaron a vender, con las imágenes les rinde homenaje.
“Mi madre vendía buñuelos, guajolotes, enchiladas, hacíamos tacos. Teníamos un puesto de 18 metros. Mi mamá tenía unas fotos en el Cerro de las Campanas, cuando era casi una niña”, agrega.
Alicia recuerda que aprendió a hacer buñuelos a los nueve años de edad, siguiendo con la tradición de su mamá y su abuela, que siempre se han dedicado a la elaboración de este antojito. Dice que con práctica no es complicado hacerlos.
Recuerda que su abuela vendía afuera del templo de La Congregación. Muestra una de las fotografías que guarda de cuando su mamá comenzaba a vender en La Cruz. No recuerda el año, pero dice que son más de cuatro décadas.
Las ventas son bajas ahora, dice. Buena parte de la gente tiene miedo, se deja llevar por la información, agrega. Pero a pesar de eso, sigue fiel a la tradición.
Destaca que cuando las autoridades les avisaron que podían volver a abrir se apresuraron a hacerlo, pero no fueron todos los comerciantes. Apenas dos o tres puestos se instalaron en esos días. Temían que las ventas no fueran buenas, pero la necesidad los obligó a reincorporarse a sus actividades.
“Aunque sea 100, 20, 10 pesos vendo. La necesidad. A dónde me iba si no tenía trabajo. Vendía [cuando recién abrimos) 200 pesos diarios y era mucho, me tenía que ir a las ocho de la noche. Abría a las cinco de la tarde. No había de dónde. Teníamos que dar más barato, para que la gente regresara. Muchos compañeros vendían más tarde en sus camionetas, pero los que no la tenían se iban, porque si no nos multaban”, añade.
Asegura que las ventas por redes sociales y vía telefónica no le resultaron, la gente no quería comprar de esa manera. Dice que su hija, quien vende gorditas, se iba a los tianguis, donde podía tener unas entradas, pero ella no quiso hacerlo, pues no era lo mismo que estar en La Cruz, pues es una tradición.
Los problemas no son ajenos a Alicia. Hace dos años entró en conflicto con otra vendedora por los lugares de los puestos, llegando incluso a entablar una demanda penal que aún no se resuelve.
Pese a ello, Alicia no se desmoraliza y sigue adelante con su trabajo, como una manera de homenajear a su madre y su abuela que comenzaron con la tradición de vender buñuelos. El puesto de Alicia ya forma parte del paisaje y la tradición de La Cruz, haciéndolos con amor y orgullo. “Toda nuestra vida hemos vendido”, puntualiza.