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“Nosotros nos enfocamos en habilitar a los ciegos y rehabilitar a los invidentes y con eso tratamos de que ellos vayan haciendo su propio destino y sean productivos”, señala Alejandro Tirado, tesorero del patronato de la Unión de Minusválidos de Querétaro.
Se trata de la única escuela en Querétaro que ofrece la atención a la población ciega y con debilidad visual mayores de 15 años de edad.
Hoy cuenta con 70 alumnos, a quienes se les enseña el uso del bastón y el sistema Braille, pero también inglés o masoterapia y superación personal.
“Se tienen 26 talleres, entre ellos, sicología, orientación y movilidad, que es enseñarles a mover el bastón y caminar sin la necesidad de ayuda de nadie. Se tiene, además, superación personal, inglés, Braille, activación física, taller de macramé, elaboración de trapeadores y masoterapia”, explica.
En plática con EL UNIVERSAL Querétaro, Alejandro Tirado expone que en medio de las limitantes económicas, de acceso a oportunidades laborales y una pandemia que obligó a la distancia de sus actividades en los últimos dos años, la escuela tiene 39 años de atención a las personas ciegas e invidentes.
Precisa que “hay dos clases, el ciego y el invidente; el ciego es aquel que por alguna cuestión congénita de su familia nace sin vista y el invidente es aquella persona que por enfermedad o accidente deja de ver”.
Informa que la mayoría de la gente que hoy carece de la vista en la entidad obedece a un tema congénito.
“Sí ha aumentado la gente que se acerca a la unión y, tristemente, porque el hecho de que cada día haya más personas con la discapacidad visual es una verdadera tristeza”, dice.
De acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en el estado de Querétaro, se tienen 355 mil 047 personas con discapacidad, limitación en la actividad cotidiana o algún problema o condición mental.
De esta población, añade el organismo, 44.1% no puede ver aun usando lentes.
Esta población que, si bien tiene la oportunidad de aprender y capacitarse, se enfrenta además a una batalla por conseguir una oportunidad de trabajo.
“Desgraciadamente, hay muy pocas compañías en las que podemos colocar a nuestra gente y más bien se mantienen de la venta individual que realizan”, esto es, a través del aprendizaje en la elaboración de trapeadores, cinturones de macramé, llaveros o chocolatería, actividades que les permite tener una ayuda para ellos y su familia.
“Es difícil que la industria y el comercio abran oportunidades de trabajo por la misma situación de que en un momento dado no quieran arriesgarse a un accidente. Según las estadísticas, cuando pierdes la vista se pierde 83% de la capacidad de actuar”, pero a través de la capacitación es que se busca ser productivos, resalta.
Por lo pronto, la escuela de minusválidos, ubicada en la calle 15 de Mayo en la capital queretana, ha vuelto a las clases presenciales, encaminada a desarrollar y potencializar las habilidades de las personas con discapacidad visual en las áreas educativa, laboral, familiar y cultural, que favorezca su inclusión social.
Elsa
Elsa Espinoza Ruiz, tiene 52 años de edad y hace siete años perdió la vista a causa de la diabetes. Hoy dice que enfrenta con valor su nueva vida y su mayor deseo es ser independiente y trabajar.
Para lograr estos propósitos, desde hace un mes forma parte de la escuela de ciegos y débiles visuales, comunidad en la que su carácter extrovertido ha facilitado la convivencia inmediata con sus compañeros.
Comenta que el perder la vista ha sido un severo golpe que la llevó a una prolongada crisis para aceptar su nueva condición, pero ahora tiene claros sus deseos de aprender y retomar su vida, y un paso decisivo ha sido asistir a la escuela.
Agradece el apoyo recibido de sus compañeros en esta nueva etapa de su existencia.
“Es difícil porque es otra etapa, es como si empezaran a enseñarte a caminar y todo lo ves con nervios e inseguridad”, dice Elsa en plática con EL UNIVERSAL Querétaro.
“La verdad es que por la situación económica no había acudido a la escuela y la segunda es el apoyo que no tenía en mi casa; vivo con un hermano y mi esposo, pero él tiene diferentes horarios y no hay quien me pueda ayudar.
“Aparte la crisis que nos da por estar ciegos, que es un golpe muy fuerte de enfrentar y luego llegó la pandemia”, puntualiza Espinoza Ruiz.
Asimismo, señala que a eso hay que agregar que al salir te enfrentas al servicio del transporte público y los tiempos de espera de unidades, que, en su caso, acudir a la escuela le implica una hora y media de tras-lado; punto aparte es la falta de consideración de algunos choferes por el hecho de pago de una tarifa menor.
Otro tema, refiere, son las condiciones de banquetas y la estrechez de las mismas, pero que, en medio de estas dificultades, el propósito es salir adelante y la familia ha entendido la importancia de no tener que depender de ellos, dice convencida.
“Hace poco tuve un problema con mi esposo que me decía que ya no viniera (a la escuela), porque me fuera a pasar algo, entonces yo le dije: en dado caso tú te llegas a morir o mi hermano, qué voy a hacer yo sola, entonces eso fue lo que me motivo más”, relata.
Durante su estancia en la escuela su interés es aprender el movimiento del bastón “porque yo quiero trabajar, me gusta trabajar” y la idea, agrega, es regresar al comercio y tener la oportunidad de seguridad social.
Comenta que antes de quedar ciega se dedicó a la venta de diversos productos, pero también por una década estuvo activa en la industria, en específico como operadora de máquinas de inyección de plástico.
“Lo que pedimos es que nos abran oportunidades de trabajo y aparte que nos tengan paciencia, porque luego no nos ayudan”, señala Elsa, quien durante un receso en sus clases decide, junto con un par de compañeros, salir a la calle.