Colón, Qro.
Las mujeres de Colón se han propuesto rescatar una de las tradiciones más antiguas del municipio y que se encuentra en peligro de desaparecer. Ellas han devuelto la vida a los antiguos talleres de lana y han puesto a trabajar los más antiguos telares.
José Vega Ibarra, uno de los pocos tejedores que aún quedan en Colón, creó hace seis años La Escuela del Telar, de la que ya se han graduado más de 10 mujeres, mismas que han encontrado en la elaboración de productos de lana, una forma de autoempleo.
“Hasta hace unos años, en Colón sólo quedamos como ocho artesanos, muy poquitos, pero ahora con la escuela del telar, las mujeres están rescatando esta actividad que es parte de la historia de nuestro municipio, ellas han abierto sus propios telares y han comenzado a fabricar nuevas cosas, todo hecho de lana”, comenta José Vega, el maestro tejedor.
Nuevas artesanas
Hasta hace poco, en Colón sólo quedaban entre ocho y 10 talleres de telares para trabajar con lana. Lo que hace 100 años fue una de las actividades más fuertes en este municipio —pues cada familia tenía su propio telar y se dedicaba al comercio—, ahora es una actividad casi extinta.
A lo mucho, 10 artesanos en Colón se dedican actualmente a producir ropa de lana, aunque ésta se comercializa principalmente en Ezequiel Montes, en el Pueblo Mágico Peña de Bernal.
Con pesar, el maestro tejedor José Vega, quien es artesano por herencia familiar desde hace cuatro generaciones, dice que el arte de trabajar la lana de borrego es una actividad que ya no interesa a los jóvenes del municipio, por lo que los pocos artesanos que se dedican completamente a esto, son hombres mayores.
Por eso, con la idea de realzar la centenaria tradición de la producción de lana, varios artesanos presentaron al gobierno municipal la propuesta de crear La Escuela del Telar, que fungiría como un espacio para rescatar la tradición textil de Colón.
A seis años de la creación de la escuela, dirigida por el artesano José Vega, ya son 15 las alumnas que se han graduado a lo largo de tres generaciones de estudiantes.
Son grupos pequeños, pero significativos, pues las alumnas terminan sus estudios con tantas ganas de seguir tejiendo, que consiguen sus propios telares y se dedican a la producción de prendas de vestir, como forma de autoempleo.
“Yo no sabía nada de esto, nunca en mi vida había visto un telar y mucho menos había usado uno, me invitaron a la escuela y así fue como inicié las clases y me encantó, yo he hecho mis propios sarapes y demás prendas, es algo que creo que ya nunca dejaré de hacer. Además, una cree que por ser ama de casa ya no puede hacer nada más, y esto se ha convertido en una forma de autoemplearse, sigo tejiendo, sigo produciendo y eso me genera ventas.
“Además, me encanta ver que esto de tejer es algo que no sólo nos interesa a las mujeres adultas, también hay jovencitas en la escuela, que desde muy chicas van a aprender este maravilloso oficio”, comenta Esther Martínez de la Cruz.
La alumna más joven hasta ahora es Alma Guadalupe, de 15 años de edad, quien inspirada por las demás mujeres del taller, sigue sus estudios en La Escuela del Telar y planea seguir tejiendo durante muchos años más.
Ahora, la decepción que José Vega sentía al ver el poco interés de los jóvenes por aprender a tejer lana, ahora se desvanece al ver el fuerte entusiasmo y el interés de sus alumnas de diferentes edades.
“A mí me gusta mucho que sean las mujeres las que estén rescatando esta tradición, ellas le dan su propio toque a todo lo que tejen, nosotros como hombres nomás nos enfocamos en hacer sarapes, casi siempre, pero ellas tienen mucha creatividad y además de prendas de vestir hacen otras cosas, como muñecos, llaveros, bufandas, guantes, todo eso le da más variedad y atrae a los turistas, es una visión nueva que antes no teníamos”.
Tejiendo en pandemia
La Escuela del Telar operaba con normalidad hasta inicios de 2020. No obstante, con la contingencia sanitaria por Covid-19, la escuela tuvo que cerrar sus puertas temporalmente, pues no podían mantener a varias personas trabajando en un mismo espacio.
Sin embargo, la situación no desanimó ni al maestro ni a las aprendices, y continuaron las clases en la casa de José Vega, donde él también tiene su taller particular.
De esta forma, todas las tardes, las alumnas acuden a su casa, se instalan cada una en un telar y comienzan a tejer. José Vega supervisa cada movimiento, revisa el orden de los hilos de colores y corrige la velocidad con la que debe moverse el pedal.
De hecho, aunque lo común es que los artesanos trabajen con madejas de lana, a José le gusta enseñar a sus alumnas el proceso desde cero, las enseña a cardar directamente la lana recién cortada del animal, después pasa por la máquina que la convierte en madeja y una vez hecho eso, los hilos se instalan en los telares.
“Yo podría enseñarlas solamente a usar el telar, pero me gusta que aprendan todo el proceso, cardar la lana es muy pesado, pero es necesario que lo hagan para que entiendan cómo es que la lana se convierte en una prenda de vestir”, detalla.
Con orgullo, el señor José Vega presta sus telares cada tarde para trasmitir el conocimiento que ha estado en su familia desde hace cuatro generaciones.