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San Miguelito
A 29 kilómetros del centro de Querétaro, detrás del lujo que ofrecen los fraccionamientos en Juriquilla hay un camino de tierra que te lleva a San Miguelito. Pueblo queretano que hasta hace unos años vivía del trabajo de sus artesanos, gente que se dedicaba a coser a mano balones de futbol.
Al adentrarse en San Miguelito uno puede notar la falta de servicios públicos indispensables; pues uno pasa entre las calles esquivando los chorros de agua que caen de las casas hacia el camino empedrado, cuando volteas hacia arriba no hay rastro de los focos que se encienden automáticamente por las noches o de los cables que llevan luz y mucho menos tener acceso a Internet.
Sorprende ver enormes camionetas blindadas que te rebasan a gran velocidad, y da miedo recordar las últimas noticias (2019) de las que San Miguelito ha sido protagonista: un cadáver encontrado en una bolsa, un gran número de balaceras y detenidos por portación de arma y drogas.
Pero uno sigue el camino, y a 100 metros de la casa ejidal se encuentra la casa de don Isaac Rubio, su techo es de lámina, y debajo de él protege un pequeño taller de costura, en el cual, desde hace 23 años cose balones de futbol, balones que ahora se han convertido en un símbolo, en una leyenda del que una vez fuese un pueblo balonero.
“No da gusto trabajar en el balón porque después anda uno sin comer y con el balón ahí, o si salgo a venderlo me lo pagan a como quieren, por eso mejor ya no hacemos”, mencionó.
Don Isaac es posiblemente la última generación de costureros de San Miguelito, pues sus hijos, pese a que saben hacerlo, han decidido dedicarse a otra cosa por la falta de dinero debido a las nulas ventas de los balones.
“A mí me enseñaron desde los 7 años, esa era la fuente de trabajo, aquí no había otra cosa más que esto. Después se fue para abajo, ya no hubo mano de obra para coser, todos los talleres trabajaban con las señoras, niños, todos hacíamos esto, pero ya después se empezaron a abrir las fuentes de trabajo aquí cerca (fábricas) y se fueron hacia allá, ganan más dinero que en esto, porque los balones no son seguros”, explicó el artesano.
Mano de obra menospreciada
En 1958 los balones eran de piel, hoy los materiales son sintéticos y también son más caros, pues de 15 pesos que le costaba a don Isaac el metro cuadrado de material sintético ahora le cuesta un 70% más; por lo que no tiene dinero para invertir en materia prima y de hacer hasta 500 balones en una semana, hoy apenas y suman 5.
Todo es a mano. El corte de la tela, los diseños son propios y son impresos con una pantalla de serigrafía que él mismo construyó. El hilo que utilizan para coser es de cáñamo que tiene una mayor resistencia, don Isaac cose una a una las caras del balón como si fuese un rompecabezas, llena de una cera especial el hilo para que no se siga de largo si llega a descoserse, la cámara que va por dentro es de procedencia china –pues como dice, es lo único de buena calidad que hacen los chinos- y está listo entre 3 o 4 días.
La inversión es de 50 pesos para un balón, el precio al público va de 250 pesos en sintético y 600 en uno de piel (que es más para coleccionistas), pero la gente ya no lo compra y a veces no se recupera ni lo invertido, pues sale más barato un balón chino, pero que se descose a la primera patada, o la gente prefiere gastar hasta mil pesos en el balón que promocionan las marcas alemanas.
“Entiendo a la gente que compra un balón chino porque la producción es mayor y es más barato, pero no podemos darlo más barato porque no es el mismo trabajo y no podemos hacer tantos. Veo que la gente se va por la fama que le hacen a un balón, porque lo sacan en la tele o un jugador famoso; y lo quieren, aunque les cueste un dineral, y el de nosotros no lo quieren pagar porque piensan que es lo mismo hacer 100 en un día y no es así, si se valorara lo que hacemos aquí, a lo mejor y valdría más”, sentenció.
¿Cómo salvar esta tradición?
En la época de los 80 y 90, llegaban camiones de otros estados y se llevaban todos los balones que tenían los talleres, hoy solamente queda el recuerdo. De 30 talleres que había en la comunidad, sobreviven 7. A veces se aventuran y vienen a la capital para ofrecer sus balones, pero también se topan con otro muro que no les permite vender.
“Aprovechábamos y salíamos el 5 de enero en la noche a vender, nos poníamos en la zona de la Alameda, pero es bien difícil, porque llegan los inspectores y nos corren, por eso teníamos que andar a escondidas”, apuntó.
La gente de San Miguelito no pide caridad, simplemente que los dejen trabajar y que valoren lo que hacen. Han desfilado políticos y compradores que le han hecho encargos a don Isaac, encargos que se han convertido en pérdidas para la familia Rubio, pues nunca han regresado por los balones.
“Esto podría sobrevivir si tuviéramos a alguien que le interese esto y pague lo justo; ya no tanto para tener dinero, sino para comer, para solventar nuestro su gasto. Lo que le diría a la gente que va a comprar un balón es que no se fije en la marca famosa, que sea conciente de nuestro trabajo, que lo valoren, que vean lo mucho que invertimos, no es fácil lo que hacemos”, finalizó.