“Nos ganamos la vida a machetazos”, dice Dalí mientras esboza una sonrisa bajo el sol vespertino en un semáforo de Los Arcos, en la ciudad de Querétaro, al tiempo que su compañero, Christian Daniel, también sonríe. Los artistas urbanos sorprenden a los automovilistas con su rutina donde se arrojan machetes, sin causarse lesiones, al menos de seriedad.
Los artistas callejeros, como se definen ellos mismos, tienen unos días asentados en Querétaro. Originarios de la Ciudad de México, dicen que de los últimos lugares donde estuvieron fue en Acapulco, Guerrero. Luego, en la Ciudad de México, para luego asentarse en Morelos y de ahí mudarse al estado.
Ambos, con la luz roja del semáforo se lanzan al arroyo machetes en mano. Los levantan y silban, para que los automovilistas alcen la mirada de sus teléfonos celulares o de las pantallas de sus autos y vean el número que en menos de un minuto se presentará ante sus ojos.
La rutina con los machetes es una especie de coreografía, en donde ambos artistas deben de concentrarse al máximo para evitar un accidente.
“Sí, llegan a lastimar”, dice Dalí, mientras muestra sus piernas y manos con cicatrices y algunos cortes recientes provocados por los machetes.
Christian, en tanto, cuenta que tiene dedicado al arte callejero alrededor de 14 años, mientras Dalí afirma tener ocho años en este malabar, como lo define. Agrega que estudió en la Escuela de Arte Escénico de la Escuela Nacional de Teatro, en la Ciudad de México.
Relata que desde hace cuatro años él y Christian hicieron equipo para hacer malabares.
Christian considera que les ha ido bien en esta dupla, a pesar de que la gente los ve con machetes y pueden asustarse debido a lo peligroso que es manejarlos en sus rutinas. “Ya nos acostumbramos a esos riesgos y más que nada es el morbo de la gente, que nos vayamos a cortar, eso hace que sea más emocionante el número. Emocionante y peligroso”, explica.
No es para menos. Ambos artistas se colocan frente a frente a una distancia de unos cuatro metros y comienzan a arrojarse los machetes. En total maniobran seis. Los automovilistas que los observan con una mezcla de curiosidad y temor, por la manera en la que los machetes vuelan de un lado a otro. Para corroborar que son reales, los raspan en el asfalto.
Dalí asevera que dedican mucho tiempo a la preparación. “Es como una danza. Hacemos un equipo. Si uno falla un lanzamiento, al otro se le cae también. Cuando jugamos en parejas el objetivo es conectarnos.
“Por lo general Christian es el que dirige la orquesta. Yo sólo voy escuchando los números y me voy acoplando a él”, agrega.
Christian precisa que las horas que pasan en el semáforo son variables. Por las mañanas pueden pasar dos o tres horas, pues no es sencillo estar bajo el sol tanto tiempo. Descansan un par de horas y regresan dentro de tres horas. “Si nos va muy bien un día, descansamos uno”, dice.
Sostiene que los dos últimos años han sido complicados por la pandemia de la Covid-19, pues la gente ya no da dinero con tanta seguridad. Hay personas que tiran la moneda en el piso, para evitar contacto con ellos, algo que no ven como algo “grato ni bonito. Sentimos que menosprecian nuestro trabajo. Afortunadamente, nos ha ido durante la pandemia, nos sigue apoyando la gente. De una u otra manera tenemos para comer y un techo bajo el cual vivir”.
En tanto, Dalí apunta que “aferrándose” es como pueden sobrevivir de su trabajo en la calle. Durante la pandemia, sostiene, no han parado de trabajar.
“Nos ganamos la vida por las buenas. A machetazos, pero por las buenas. Yo disfruto esto porque lo tomo como que mi trabajo es jugar. A mi me pagan por venir a jugar y hacer sonreír a la gente. Sacarla de ese tedio, de esa monotonía que traen en 40 segundos que dura un semáforo. A veces cuando no nos pelan o nos avientan la moneda, sí llegamos a sentir feo, te achatas, pero cuando los felicitan eso te hace esmerarte, hacer otro tipo de trucos”, precisa.
Dalí dice que este trabajo no está libre de riesgos, además de los machetes. Hace tiempo tuvo que pasar dos meses en una silla de ruedas, luego de que un automóvil lo embistiera cuando estaba haciendo una rutina sobre un monociclo. El conductor del vehículo quiso “ganar” el semáforo rojo y no le dio tiempo de moverse.
Señala que estar en la calle también ha representado discriminación hacia ellos. Cuenta que en una ocasión, en Guerrero, elementos policiales se le acercaron para interrogarlo y preguntarle de qué cártel del crimen organizado era. Les respondió que de ninguno, pues si estuviera involucrado en cosas ilícitas no tendría necesidad de estar todo el día hasta las 10 de la noche en un semáforo.