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Pina muestra sus fotos. “Todas son mis favoritas, no hay una que no me guste”, dice mientras acomoda las imágenes que son parte de la historia de La Cañada. Desde imágenes del río Querétaro, con aguas cristalinas, hasta panorámicas de la localidad tomadas hace más de 80 años, pasando por las bodas de los habitantes. Acervo merecedor de estar en un museo, para que los marquesinos conozcan su pasado.
Martha Josefina Martínez Ángeles, nombre completo de Pina, fue prefecta de la primera secundaria que se abrió en La Cañada. Dice que le hubiese gustado haber sido maestra, pero no quiso irse lejos, además tuvo problemas de salud y no pudo continuar con sus estudios.
Pina muestra las fotografías de algunos cantantes marquesinos, como Isabel Serrano, originaria de La Cañada, quien interpretaba ranchero, con una voz poderosa; narra que las personas cuentan que se subía a uno de los cerros que rodea a la localidad y se escuchaba hasta el centro de la comunidad.
“No había cines, o a lo mejor había, pero las mamás eran más estrictas, no dejaban salir a la calle. La única diversión era salir a cantar, y cantaba muy bonito (Isabel)”, comenta.
Otro cantante, era Enrique, quien interpretaba canciones a Venustiano Carranza cuando acudía a La Cañada.
Pina muestra unas imágenes que para las nuevas generaciones son irreales. Un río limpio, gente paseando en la Presa del Diablo. “No sé porqué le pusieron así, si es una cosa bien hermosa”, expresa Pina.
Ella es hija del primer presidente municipal de El Marqués, pues el ayuntamiento antes se llamaba La Cañada.
Agrega que ahora el pueblo es pura casa, ya no hay cerros. “Ya nada más puras casas… Antes había pocas. Las familias eran muy numerosas”.
Personajes del lugar
Recuerda que en el centro había una casa donde vivía una mujer que se llamaba María, vendía tortillas y frijoles. Cuando alguien acudía a bañarse a El Piojito le compraban bisteces o carnitas, alimentos que conseguía en la carnicería, de doña Lola Perea.
La mujer rememora la tragedia de los hermanos Ribera, Luis y Antonio, quienes vivían en una casa muy grande y, por quedarse con la herencia, Luis mató a su hermano.
“Aquí [en La Cañada] eran bien matones. Aquí cada ocho días, decían las monjitas del hospital [que se ubicaba en Santa Rosa de Viterbo], como mi papá estuvo internado por una fuerte amibiasis íbamos a verlo y las monjitas decían ‘porqué eran tan malos en La Cañada. Nada más oímos la campanita de que ahí viene la Cruz Roja y decimos: son de La Cañada’.
“[Los pobladores] usaban mucho el verduguillo. Era como un picahielo, tenían filo alrededor. Con ese no sangraban las personas”, menciona.
Agrega que en una ocasión mataron a un hombre, de nombre Luis, enfrente de su casa. Sus padres le dijeron que no viera, pero subió a una planta alta y vio el cadáver. Dice que sólo tenía una gota en el pecho. Había sido asesinado con un verduguillo.
Pina destaca que La Cañada estaba llena de huertas con árboles frutales. Algunas de sus fotografías dan testimonio de ello. Imágenes de niños junto a los árboles, o jóvenes posando a un costado de una vereda flanqueada por árboles, refuerzan sus recuerdos
“[Había] muchas huertas [con] duraznos, aguacates, guayabas, chirimoyas, nísperos, capulines, moras, hasta la caña de azúcar se daba aquí”, asevera.
Ella muestra la fotografía de una de las esposas de Saturnino Osornio, originario de San Juan del Río, quien fue gobernador del estado y no sabía leer, en la década de los 30, del siglo pasado.
También evoca a Rosendo Martínez, quien durante la Revolución Mexicana luchó al lado de Francisco Villa, y era originario de La Cañada. No tuvo mucho tiempo para platicar con él, pues ella era joven y no le interesaban esas historias.
Sin embargo, recuerda que le dijo que cuando entraban a combate, para “agarrar valor” les daban un trago de mezcal con una pizca de pólvora, para que no tuvieran miedo de enfrentar la muerte.
Don Rosendo, agrega Pina, mandó una carta al presidente Luis Echeverría, para decirle que él había peleado en la Revolución, que estaba muy pobre y quería recibir ayuda del gobierno. Nunca tuvo respuesta.
Narra que don Rosendo platicaba que en el combate de Celaya todos sus compañeros murieron, sólo él sobrevivió. Además recuerda a Soledad Sánchez, quien también fue a combatir a la Revolución.
Agrega que las fotografías se las han prestado vecinos y amigos, aunque ella no las presta porque no se las devuelven, y quienes le han confiado sus recuerdos familiares, también merecen ese respeto.
Pina precisa que vivió una infancia y una adolescencia muy bonita, jugaba con los demás niños en los manantiales, comían fruta de las huertas, aunque no cortaban la fruta de los árboles, comían lo que caía.
Antes, precisa, los papás del novio iban a pedir a la novia, cumpliendo todo un ritual, donde se intercambiaban comida, como mole, arroz, frijoles burros, así como pan de pedimento, y se hacía todo de manera formal. “Ahora las muchachas se dan solas”, puntualiza con un tono picaresco mientras suelta una carcajada.