Querétaro, Qro.

Carlos Mota, relojero desde hace 32 años, piensa en el futuro. Dice que quien herede su negocio tiene en este momento siete u ocho años. “En unos años pondré un letrero que diga: ‘Se necesita aprendiz’. Él se quedará con el negocio”, cuenta mientras sonríe pensando en ese niño que seguirá con su legado.

El local luce un estilo especial: está lleno de herramientas que ha coleccionado. Señala que no las necesita, pero le gusta reunirlas.

Carlos está en su banco de trabajo. Una luz led ilumina la mesa donde manipula las piezas de un reloj, mientras en el radio se escucha la voz de un conductor de un noticiario dando cuentas de los problemas del país.

Explica que es relojero desde 1987. Antes era zapatero. “Llevé un reloj a arreglar y nunca me lo entregaban y tanto iba que me quedé en la relojería. Yo no me dedicaba a eso, tenía un taller de reparación de calzado”, indica.

Comenta que no fue complicado cambiar de oficio, pues, asegura, la relojería es fácil. Son piezas muy pequeñas, cada una tiene un lugar específico, pero se necesita creatividad y paciencia.

En los muros del taller hay varios relojes de pared. En una de las puertas uno enorme da la bienvenida al lugar y en el mostrador donde se recarga Carlos para charlar hay extensibles para relojes. Al fondo un gabinete… y más relojes.

Apunta que la gente sigue usando relojes, pero no tanto para ver la hora. Ahora los usan como un accesorio más.

Menciona que el trabajo no ha disminuido, al contrario, aumentó, pues hay menos relojeros y más gente en la ciudad. No obstante, lo que antes se hacía hasta en 90%, que era arreglar un reloj. Actualmente, 90% de los trabajos consisten en cambios de pilas.

“Antes se ponían ejes y palancas de transmisión; ahora no, hasta es difícil conseguir una refacción. Eso lo encarece en estos tiempos”, comenta.

Relata que a su taller ha llegado gente con relojes de pared del siglo XIX, piezas muy antiguas. También ha revisado relojes monumentales y reparado uno. Asevera que arreglar este tipo de piezas es más sencillo, pues sus mecanismos son más grandes y más fáciles de manipular que en el caso de un reloj de pulsera.

Una clienta llega a preguntar si pueden cambiar el extensible a su reloj; es de metal. Carlos le dice que no puede, porque se vería mal, ya que es una pieza completa. Recomienda poner barniz de uñas transparente en las partes dañadas para que resista.

La mujer agradece el consejo y pregunta si también arregla relojes antiguos. Carlos asiente. La señora dice que se lo recomendaron y se marcha. Carlos sonríe por el comentario.

Son pocos los relojeros que quedan en la ciudad. Carlos hace un recuento de sus compañeros que fallecieron. “En los últimos tiempos se han muerto, el que estaba en la central; el licenciado Velasco, que estaba en el pasaje de La Llata, quedó su hijo, quien murió hace dos, tres meses. Él estaba en Circunvalación. También pereció Carlos Llamas, el que estaba en Juárez. Murió Nieto, que estaba en Hidalgo.

En realidad, este tipo de negocios en 10 años van a ser maravillosos. Vas a ganar lo que quieras. Si ahorita lo haces. Este tipo de negocios, así como se ve, te puedes ganar lo que gana un gerente de una tienda comercial. Te lo llevas sin problema. Eso sí, no tienes jubilación”, apunta.

Su idea es heredar el negocio a alguien, y aunque tiene hijos, ninguno de ellos abrazó el oficio de relojero. Dice que puso el local para él y con él se va.

“Mis hijos ya son adultos. Bueno, tengo uno chiquito, de secundaria, pero finalmente estudiará Ingeniería, porque sus otros dos hermanos estudiaron esa carrera. Uno es matemática y el otro es ingeniero civil. Tienen sus chambas”, abunda.

Carlos destaca que en su oficio se aprende de ver muchos tipos de personas, lo que ayuda a conocer mejor a sus semejantes y amplía el mundo y la forma de ver la vida.

El ruido de la calle Ezequiel Montes no interrumpe la charla de Carlos. Sostiene un cigarrillo en la mano, junto con sus lentes, mientras habla de lo que le depara el futuro, o cómo quiere que sea el futuro para su negocio y para él.

“Este taller se lo voy a obsequiar, si no fallan las cosas, porque igual me muero y ya valió, a alguien que ahora ya tiene siete u ocho años ¿Dónde está? Quién sabe. Debe tener esa edad.

“Cuando salga de secundaria, que será dentro de siete años, cuando ponga un letrero allá afuera que diga: ‘Se necesita aprendiz’, a mi muerte será de él. Se lo voy a dejar notariado, para que no haya problema de que mi familia se quiere llevar algo”, precisa, precisa.

Las campanas de los relojes comienzan a sonar. Marcan la hora. Suenan varios al mismo tiempo, mientras Carlos reflexiona que a mediados de los noventa del siglo pasado la relojería, como oficio, comenzó a decaer, aunque vuelve a tener un auge, debido al valor que le dan muchas personas a lo antiguo.

Pese a todo, Carlos explica que siempre habrá relojes, quizá económicos no, pero las grandes marcas siempre existirán. Son más un accesorio que un producto para ver la hora.

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