“Cambia tu vida de un día para otro. No lo esperas, pero tratas de salir adelante con la mejor actitud, tomando lo positivo de todo lo malo”, dice Vanessa Dib Velázquez, cuya vida no fue la misma tras una negligencia médica que derivó en la amputación de sus piernas. Ahora, para sobrevivir vende dulces y botanas en la calle, además de colocar uñas y pestañas.

Además de las consecuencias físicas, las heridas emocionales aún permanecen. Aún con una demanda activa contra el IMSS, dice que quisiera cerrar ese ciclo, del cual están por cumplirse siete años, pues todo ocurrió en octubre de 2018.

Para mantener a sus dos hijos, Vanessa vende dulces y botanas en calles de Querétaro. También aprendió a poner uñas y pestañas. La venta de golosinas lo hace desde hace cinco años y medio, mientras que uñas y pestañas desde hace cuatro años.

“Una negligencia médica por una mala práctica y luego de varios malos diagnósticos tuve el retiro de un DIU que se traslocó. Hicieron un legrado para poderlo retirar, pero hicieron una mala práctica ahí, y tuve una infección que diagnosticaron mal.

“De ahí se me vinieron varias complicaciones por los malos diagnósticos que daban y tuve tres paros cardiacos, un choque séptico de tercer grado, una muerte clínica de media hora y un coma inducido de 11 días. La muerte clínica fue lo que llevó a que perdiera mis piernas”, narra. Incluso, los médicos le dijeron a su familia que se despidieran de ella, pues del coma saldría con daños permanentes en el cerebro. Algo que conmueve a Vanessa hasta las lágrimas.

FOTO: MITZI OLVERA
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Antes del incidente trabajaba en una fábrica, de obrera, empleo que perdió. Confiesa que ha sido muy complicado volver a empezar, pues las oportunidades para personas con discapacidad son escasas, aunque ya hay muchas empresas que dan puestos a este sector de la población.

“En mi caso, puedo andar en camión, pero el tiempo que estuve en silla de ruedas no era tan fácil subirse al camión. No es tan fácil poder llegar a un trabajo. A veces pagaba más del traslado que lo que me iban a pagar trabajando. Por eso tomé la decisión de emprender con un negocio, para poder apoyarme económicamente”, comenta.

Pese a todo, Vanessa mantiene buena actitud y sonríe a la menor provocación y bromea.

Agrega que el costo de las prótesis es muy elevado. Fue por eso que la pareja que tenía hace unos años la motivó a estudiar uñas y pestañas. Además, estudiar le ayudó como terapia ocupacional, pues durante ese periodo también sufrió de depresión. Actualmente estudia mesoterapia.

“Más que nada fue la necesidad de salir adelante y tener un trabajo, porque cuando me pasó (la amputación) empecé vendiendo paletas de chocolate que yo hacía, pero como andaba en silla de ruedas no me podía trasladar, entonces sólo afuera de mi casa, en mi silla de rueda, y mi canastita vendía paletas para reunir para mis prótesis. Cuando logré tener mis primeras prótesis ya fue cuando empecé a venir a trabajar al centro de Querétaro”, explica, al tiempo que dice que cada una de sus prótesis cuesta 230 mil pesos, siendo de una gama media.

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Señala que en el IMSS no le dan prótesis, pues sólo lo hacen con personas que tuvieron accidentes laborales, y en teoría ella no entra en esta categoría y en el presupuesto. Los ortesistas del instituto no le dan consulta.

Además, en su demanda al IMSS pidió que fuera su ortesista particular quien la atendiera, pues le brinda atención multidisciplinaria, algo que no recibe en el IMSS.

Cuando explica cómo fue su proceso para volver a caminar, dice entre risas que fue entre complicado y divertido, porque hubo “varias caídas”. En un principio, indica, es difícil porque no sabe qué pasa en la mente que parece que el cuerpo se olvida de caminar, de conservar el equilibrio.

Dice que las calles de Querétaro no son las mejores para las personas con discapacidad motriz. Luego, vino aprender otra vez a caminar con las prótesis. También debe acudir al gimnasio, pues entre más delgada esté es mejor para usar las prótesis.

“Al momento en el que me dieron las prótesis, mi ortesista me dijo ‘pruébatelas y avanza, para ver cómo te sientes’. Yo no recordaba cómo da el primer paso. Me quedé unos minutos recordando cómo era caminar. Aparte se pierde el equilibrio.

FOTO: MITZI OLVERA
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“Incluso yo, que llevo varios años amputada, si me quedo mucho tiempo estática, el equilibrio se va”, precisa.

Asevera que el lado gracioso, viendo de manera positiva las cosas, era verla a los 30 años aprendiendo a caminar, dando pasos inseguros como una bebé que aprende a usar sus piernas. Son nuevas experiencias. Su vida cambió, pues tuvo que aprender a hacer cosas que se dan por sentadas para cualquier persona.

En total, Vanessa lleva cinco amputaciones, tres en una pierna y dos en la otra, pues la hicieron mal en el IMSS. La última fue hace dos años. Las prótesis las ha cambiado cuatro veces.

Actualmente, Vanessa considera que va bien, que ha mejorado en todos estos años, aunque no es lo mismo caminar con algo adicional al cuerpo, se llegan a generar llagas, la estabilidad no es la misma. Aquí, recuerda que una ocasión una persona que no notó que llevaba prótesis, de manera accidental, la empujó, y con la mochila que llevaba en la espalda perdió el equilibrio, cayendo al piso y lastimándose una pierna. Esa caída, que para una persona convencional hubiera sido muy sencilla, para ella representó una lesión que la postró en cama seis meses.

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Sin embargo, Vanessa quiere cerrar el episodio de la demanda contra el IMSS. Sigue recibiendo una pensión baja. “El daño que me querían reparar eran 88 mil pesos. No es ni lo que cuesta una de mis piernas. No me servirían ni para montar un negocio y de ahí mantenerme”, puntualiza.

La joven mujer tiene el sueño de crear una organización civil que ayude a las personas con discapacidad a pasar de una mejor manera en esta etapa de la vida.

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