Carmen entrega el pequeño Niño Dios a una mujer. La clienta lo ve y aprueba la ropa que le ha puesto. Carmen tiene 25 años vendiendo ropa para las figuras de yeso en los días previos a la Candelaria, aunque reconoce que las ventas para conservar esta tradición han disminuido con el paso de los años.
El estacionamiento del mercado de La Cruz es ocupado por seis puestos que ofrecen trajes para los figurines. No se compara con la cantidad de puestos que se colocan para la temporada decembrina y de Reyes Magos.
Carmen dice que siempre han sido ese número de puestos los que se instalan en el mercado para el Día de la Candelaria, fecha marcada en el calendario para pagar los tamales a quienes les salió el niño en la Rosca de Reyes y para llevar a bendecir al Niño Jesús al templo.
Dos mujeres están en el puesto de Carmen. Llevan dos piezas. Uno es mediano y el otro es pequeño. Ambos llevan ropa alusiva a la medicina. “En la familia somos médicos. Por eso tratamos de vestirlos de manera relacionada con la medicina”, dice la mujer más joven tras pagar el importe de dos ropones.
Carmen explica que depende de la gente el tipo de vestido que ponen a los niños. Hay quienes dan gracias por un favor recibido y lo visten de Doctor o como San Judas Tadeo.
En el puesto de la mujer hay variedad de vestimentas. Desde ropones para un niño doctor o del Perdón, del Sagrado Corazón, de la Amistad, de Atocha y de la Salud. El surtido es amplio.
A unos días del 2 de febrero, no hay mucho movimiento. Algunas personas se acercan a preguntar precios de los vestidos. Van de un puesto a otro. Ven diseños, precios, tamaños, hacen cálculos de acuerdo a sus presupuestos.
En uno de los puestos se juntan por un momento las clientas (la mayoría de quienes acuden son mujeres). Ven los modelos, preguntan precios, ven tallas, calculan tamaños y escuchan los precios.
El costo no es bajo. Las devotas deben desembolsar al menos 200 pesos para vestir a sus niños, pero muchas ocasiones vale la pena, tanto por la fe, como para conservar la tradición y servir de ejemplo a las nuevas generaciones.
Carmen explica que cumplió un cuarto de siglo vendiendo ropa para Niños Dios todos los años. Su hermana fue quien inició con el negocio y luego ella se encargó de seguir.
Apunta que la venta de los ropones es muy variada. Dice que no puede decir cuál es el que se vende más, porque dependen de los gustos de cada persona.
“Los modelos son diferentes. Tengo desde roponcitos para San Juditas, San Juan de los Lagos. Sólo vendo la ropa. Los niños, no. Eso les he comprado durante muchos años. Fui comprando poco a poco. Luego hay que cambiarles en vestido para tener otros modelos”, abunda.
Explica que compra los trajecitos en el Estado de México. Precisa que desde inicios de enero comienza a surtir su local, para que en los últimos días del mes e incluso el mismo 2 de febrero, pueda vender más.
El canto de los pájaros, que se escuchan a espaldas del puesto de Carmen, acompañan las palabras de la mujer. Una comerciante a la distancia ofrece sus legumbres y una canción de cumbia se escucha más lejana.
Carmen acomoda los hilos dorados que utilizó para decorar los trajes que vendió a las dos mujeres. Señala, sin levantar la mirada, que en los últimos años ha disminuido mucho la venta de ropa para Niños Dios. Las cosas ya no son como antes.
En otros tiempos, indica, vendían mucha ropa. “Las cosas han cambiado, si llegan [los clientes], pero no tantos”.
Apunta que hasta el 2 de febrero por la tarde aún venden, para quienes dejan para el mero día vestir a su niño.
Explica que en lo personal le gustan todas las ropitas. Cuando los ve vestidos le gustan más. Ella, en este momento tiene a su niño vestido de doctor.
Narra que la razón es porque a su hijo Luis Francisco, de 25 años de edad, lo han operado en dos ocasiones y ha salido bien de las cirugías. Una de ellas fue de la vesícula y la otra de un brazo.
“¿Cómo qué necesita?”, pregunta Carmen a una mujer que se acerca al puesto a ver los diseños, hechos con hilos dorados, y en los cuales se muestra la fe de los devotos en el Niño Jesús.
Conforme pasen los días los clientes se acercarán más a los puestos en el estacionamiento de La Cruz, donde tradicionalmente se venden estos artículos.
Los vendedores son pacientes, aunque el viento se lleve las lonas que cubren sus puestos.
Las vendedores se apresuran a colocar la lona otra vez en su lugar, mientras una joven observa los trajes que tiene a la venta. Ahí hay diseños con motivos árabes y hechos con manta.
Los diseños pueden cambiar, ser modernos, adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas formas de expresar la fe, pero en el fondo lo que se conserva es la tradición del 2 de febrero.