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Ana Cristina Medellín Gómez recuerda que el día que dió a luz a su bebé, cuando tenía apenas 15 años, estaba sola en el hospital. A nadie le dijo que estaba embarazada, hasta los siete meses, cuando su padre sospechó del embarazo. A nadie le quería decir que sería mamá, pues pensaba que la obligarían a abortar, cuando ella estaba segura de que quería tener a su hijo.
Académica de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) donde coordina la licenciatura en Arte Danzario en la Facultad de Bellas Artes, y dedicada a la danza casi toda la vida, dice que se embarazó de manera intencional.
“Era una necedad extraña porque yo quería ser mamá. Por alguna razón mi impulso maternal era muy fuerte y mi rebeldía hacia mi casa también era muy grande, entonces yo quería demostrar que podía ser muy buena mamá.
Eso es inconsciente, porque conscientemente me aventé el embarazo como de noche, como si no estuviera embarazada. No le dije a nadie, porque sabía que si decía algo podría provocar que alguien tomara la decisión sobre mi cuerpo, sobre mi persona, al ser menor de edad, para practicar un aborto. Estuve muy callada, pero no sé si era la danza o el susto, no se me notaba el embarazo”, narra.
Indica que durante casi todo el embarazo usó la misma ropa. Al octavo mes ya fue distinto, pues poco tiempo antes, en el séptimo mes, su padre le dijo que sospechaba que estaba embarazada, que tenía como cuatro meses de gestación, a lo que ella respondió que sí, pero que tenía siete meses de gestación.
Dice que no había hecho nada de lo que se supone debe de hacer una mujer embarazada, como tomar ácido fólico, consultar mensualmente al doctor, cuidar sus niveles de calcio. Incluso, dice que perdió media muela en el embarazo, pues lo llevaba en silencio.
Ana Cristina se acomoda en la silla detrás de su escritorio en su oficina en la Facultad de Bellas Artes. Comenta que ahora que es Día de las Madres, nadie habla de lo traumático que puede ser parir, pues ese hecho es algo muy violento físicamente, porque son muchos cambios los que experimenta el cuerpo de la mujer y pasan muchas cosas.
“Normalmente no se habla de eso. Es de ‘vas a tener un hijo’. Como si tener un hijo fuera como hacer un chocolate o meter al horno una galleta. No es porque uno quiera al hijo, no es porque no sea algo esperado en la mayoría de la gente que si lo busca, pero el proceso físicamente es violento”.
Indica que esa parte de ser madre es lo que falta que les digan a muchas mujeres, que ese proceso es casi como una “guerra biológica”. Luego, reflexiona sobre la situación de las menores que dan a luz en los hospitales públicos, donde el trato no es el más personalizado y humano, porque es un momento muy estresante y traumatizante para ellas, más cuando se embarazaron de una manera no amorosa, y en donde además, son tratadas como bultos en el sistema de salud.
Radicada en San Luis Potosí en aquella época, recuerda que llegó al hospital privado sola. Su madre estaba intentando que la atendieran a través de su seguro, porque no se cubrían los embarazos en menores, por lo que llegó sola a la sala de urgencias, donde la enfermera que la recibió le dijo que no estaba embarazada.
Estaba asustada cuando llegó al hospital.
Los ojos de Ana Cristina se humedecen, pero aguanta. Aunque ya pasaron algunos años, la mujer de mediana edad aún se conmueve con los recuerdos.
Como no se le notaba el embarazo por su físico delgado, la enfermera insistía en que no estaba embarazada, por lo que la remitió con el área de siquiatría. Le ordenaron sentarse y esperaron a la especialista mental.
La siquiatra le dijo a la enfermera que si querían se la llevaba, pero primero le tendrían que hacer un chequeo médico. Proceden a revisarla y ven que el bebé ya estaba coronando. Ahí fue cuando le creyeron que estaba embarazada.
En la sala se quedó otra vez sola, justamente cuando se le rompió la fuente, y volvió a tener miedo, pues “la barriga” se le hundió. Estaba asustada y estaba sola. El nacimiento de la bebé fue por parto natural.
Narra que tras dar a luz no la dejaban ver a su hijo. Incluso le administraron un medicamento para que no pudieron amamantar al bebé. Sus padres ya habían tomado la decisión de dar en adopción al bebé, en un “arreglo entre adultos”.
“Me salí al pasillo, en los cuneros, y me tocó ver parte de la transacción con el niño. Se los arrebaté. Los siguientes tres días estuve sentada en un pasillo, cerca de los cuneros, porque por alguna razón yo sentía que ahí era donde el bebé estaba más seguro, no me despegaba nunca. Pero siendo menor de edad registraron [a mi bebé] como mi hermano”, asevera.
Con los años pensó en cambiar los apellidos de su hijo, pero se dio cuenta que era un proceso muy complicado, por lo que ahora en términos legales es su hermano.
Al ser mayor de edad, se hizo cargo de su hijo, quien ahora tiene 34 años. A pesar de que su madre quería ocultar que el bebé era de ella, era imposible.
Con los años, y ganándose la vida gracias a la danza, menciona que esa experiencia le dio resiliencia, que le ha servido para ser una mujer y una madre fuerte, aconseja que se tenga mucha comunicaicón con los adolescentes para evitar que pasen por abusos y embarazos. “Esto me hizo fuerte en algunos aspectos”, puntualiza.