Ilka Coellar, originaria de Leipzig, ex República Democrática Alemana, está por cumplir 18 años de residencia en Querétaro. Aquí encontró un buen lugar para establecerse, la gente la recibió de manera afectuosa, el clima, la ciudad y la vida misma la tratan bien y se dice feliz sólo de sentir el sol en la piel y ver el cielo azul.
Ilka vivió el régimen socialista en su país. Recuerda el día que cayó el Muro de Berlín, algo que no concebía, pues la idea de una Alemania unificada no era posible. Estudiaba en la universidad, y ese concepto no le agradaba “pues el capitalismo no era algo bonito, las personas luchaban entre ellas. A mí me daba miedo la idea de que pudiera caer el muro, que hubiera una unificación, que podíamos pertenecer a la otra parte del país.
Se casó con un ciudadano mexicano que conoció en Alemania, pero que siempre quiso regresar a tierras aztecas, y aunque era oriundo de la Ciudad de México, optaron por Querétaro para vivir, porque aquí encontró trabajo.
Últimamente Ilka da clases de alemán, pero antes se dedicaba el cuidado de sus dos hijas. Posteriormente se dedicó a la construcción de casas como un proyecto familiar. Luego estudió para ser promotora de lectura, lo que la llevó a organizar varias ferias de libros, así como talleres de lectura en escuelas.
“En Alemania había estudiado economía, con la especialidad en estadística, y me quede en la universidad, en una plaza en la enseñanza y en la investigación. Estaba haciendo un doctorado”, apunta.
Recuerda que el cambio de Alemania a México fue gradual, pues primero la familia se mudó a España, a donde se podía adaptar a vivir en el extranjero, ya con el idioma español y otra cultura, lejos de su país.
“Venir a México fue un poquito más difícil, porque ya era mucho más lejos de la familia, de las amistades, pero, por un lado, quería salir de mi país, estaba siempre abierta a vivir otras experiencias. Querétaro me gustó mucho desde un principio, principalmente por el clima. También por la situación de la ciudad, que es desarrollada, no hay ningún problema, y, sobre todo, la gente, que aquí me recibió muy bien. Como ya vine con dos niñas, era muy fácil porque te conectas de inmediato con otras mamás. Estuvo bien este cambio”, indica
Explica que aunque se tiene la creencia de que en Alemania es casi todo perfecto, no quería vivir en un experiencia consumista, y “en donde todo está bien, perfecto. A mí me causaba un conflicto interior el mantenerme en este ritmo y en esta competencia. Tenía la ilusión de salirme. Mi idea era irme a un país del tercer mundo, como ayudando en algún proyecto. Finalmente conocí a mi esposo y México me gustaba, en un viaje anterior ya lo había conocido, y a pesar de ser muy diferente me había sentido bien con la gente, aunque no hablaba bien español, sólo un poco, pero me sentí bien recibida. Me dije: aquí sí puedo estar”.
Apunta que tras un año de vivir en México regresó a Alemania y para su sorpresa sintió que ya no se adaptaría bien a su tierra natal, pues luego de conocer la vida en México le parecía extraño, pues entre alemanes y mexicanos hay muchas diferencias en la percepción de la existencia, pues los germanos, aunque con buena calidad de vida y con un país desarrollado, se quejan de su vida, mientras que en México, aun las personas más sencillas se sentían a gusto con sus vidas, tratando de salir adelante.
Ilka recuerda su vida en la Alemania Democrática, donde todos los servicios eran seguros, pues educación y servicios médicos eran gratis, mientras que la cultura era casi gratis, la vivienda era barata y los alimentos con precios contenidos.
Comenta que no había marcas, había lo necesario para todos, para que todos tuvieran empleo. “No había desempleo. Cuando nacías y entrabas al kínder, a la escuela todo estaba programado. Ibas 10 años a la escuela, que era obligatorio para todos (gratis) y luego seguías estudiando. El 10% se iba a la universidad y los otros aprendían una profesión. La formación la terminabas con un título de profesional y ya tenían empleo. Quienes iban a la universidad tenían que firmar entrando que tenían que tomar un empleo donde fuera necesario en el país, todo era seguro”, narra.
Sin embargo, “no se podían mover mucho”, pues las vacantes en las universidades eran para cubrir las necesidades de la economía. Maestros y militares era lo que más se necesitaba. En caso de querer estudiar algo de interés personal, los ciudadanos debían tener las mejores calificaciones, además de conocer a alguien y tener un buen currículum.
El padre de Ilka era militar, su madre era maestra, eran miembros de partido comunista y la ideología socialista estuvo presente siempre en su educación. Por eso cuando comenzaron las manifestaciones en contra del sistema le parecían raras.
Leipzig y su iglesia de San Nicolás, donde se ubicaba la universidad, en el centro de la ciudad, era de donde salían las manifestaciones por la unificación, luego de cada reunión de los lunes. Ilka tenía 22 años en ese entonces, y dice que eran semanas de incertidumbre.
Narra que la noche del 8 al 9 de noviembre anunciaron la caída del muro, lo que no podían creer, y sentía miedo por lo que pasaría. “Yo no estaba contenta, ni feliz. No podía entender absolutamente nada, y yo no me fui al muro para cruzarlo”. El gobierno de Alemania occidental dio de regalo de bienvenida a cada alemán oriental 100 marcos, mucho dinero para la época, lo que le pareció humillante.
Ahora a 29 años de la caída del régimen socialista en Alemania, la nueva queretana añora esa educación, con el valor que le daban al trabajo de todas las personas, sin importar la educación o la profesión, fuera un médico o el empleado de limpia.
De México, su nuevo hogar, no tiene más que palabras de agradecimiento, pues la gente la recibió bien, además que por naturaleza son solidarios, “además de que siempre hay sol, no importa que te sientas triste, nada más sales y hay sol. Aunque haga frío en enero, febrero, pero siempre hay sol y eso te da felicidad y alegría”.