María Lugova es rusa, originaria de la zona que la cultura occidental visualizó como un lugar de sufrimiento: Siberia. Dedica a la vida de oficina, la mujer decidió que esa no era la vida que quería, por lo que decidió salir de su país y buscar otro sentido a su existencia, que encontró en Querétaro desde abril de 2017.
María fundó Ángulo 13, una casa de cultura que se ubica en el primer cuadro capitalino. Ella misma está al frente de la cafetería del lugar. Detrás de la barra se mueve de un lado a otro, atendiendo a los clientes que llegan a desayunar.
Ella recuerda que llegó en marzo de 2013 a México, más de cinco años atrás. Explica que a todo mundo le dice que es de Moscú, porque allá vivió la mayoría de su vida, aunque nació en Siberia.
Dice que es difícil de explicar por qué eligió México para vivir, pues sin saber mucho del país tenía una imagen muy acogedora de estas tierras, dentro de su corazón, sin saber la razón por la cual sentía eso, quizá por imágenes o películas.
Cuando tuvo oportunidad de viajar visitó México en dos ocasiones: la primera, la Riviera Maya. La segunda hizo un recorrido rápido por el centro del país, en una ocasión que visitó a sus amigos en Querétaro.
“Cuando tomé la decisión de mi vida, de dejar la vida de oficina en Moscú y empezar a buscar más sentido de la vida y de qué se trata, para qué estoy aquí, dejé mi trabajo y decidí tomar vacaciones como dos meses, estilo retiro.
“Decidí que San Miguel de Allende estaría padre como este lugar, porque quería ir a [la Ciudad de] México, pero no sabía nada de español, y sabía que en San Miguel el idioma más común era el inglés, por lo que decidí pasar tres meses en San Miguel, descansar un poco y luego ver qué haría de mi vida”, explica.
Sólo hizo falta un mes y medio para que se enamorara del país y de San Miguel de Allende, por lo que decidió hacer de este país su nuevo hogar.
María se dedicaba a la mercadotecnia en Rusia, en empresas internacionales, donde trabajan miles de personas, sintiéndose como una parte muy pequeña de una gran maquinaria que se movía.
María tenía seis años cuando la Unión Soviética se disolvió. Sus recuerdos no son muchos. Lo que sí está presente en su memoria son las filas que hacía para obtener un par de zapatos que, por cierto, todos eran iguales.
Posteriormente, dice, recuerda la primera vez que comió un plátano, pues la Unión Soviética permanecía cerrada al comercio con otras naciones y su único acercamiento había sido a través de libros y películas, pero cuando lo probó fue distinto.
Su familia vive en Moscú. Trata de verla una vez al año por lo menos. Sus padres la han visitado en dos ocasiones y ella trata de viajar a Rusia para fechas importantes de la familia, como fue la boda de su hermano.
Sin embargo, en estos días, con su proyecto, comenta que es más complicado pensar en viajar, ya que todo su tiempo lo ocupa en impulsar la casa de cultura, por lo que espera que sus familiares la visiten.
Asevera que de vez en cuando siente algo de nostalgia por su patria. Cosas como la comida y algunos paisajes llegan a su mente y los recuerda con cariño, pues su país, subraya, es muy lindo.
“No es que extrañe el frío. Estoy muy feliz aquí, aunque la temporada de frío en Querétaro se me complica mucho.
“Hace mucho frío, en el sentido de que las casas no están preparadas para este frío. No hay ese rinconcito calientito.
“En Rusia es al revés. Hace mucho frío, hay nieve afuera. Si quieres estar calientito adentro de tu casa lo puedes estar, puedes usar sólo una playera y es como estar en verano”, platica.
María comparte el recuerdo de la casa de su bisabuela, una vivienda antigua, de madera, en cuyo centro estaba un horno, con un nivel para sentarte alrededor del mismo, y que servía para hacer la comida y calentar la casa.
“En Rusia tenemos conocimiento del frío, por eso nos preparamos mejor para ese frío que te pide sobrevivir”, añade.
Por otro lado, dice que algo a lo cual se adaptó muy bien fue a la comida mexicana que, dice, le gusta mucho.
Le atrae la frescura y la variedad de frutas y verduras que hay durante todo el año, siendo una alimentación sana y muy económica, con productos naturales como el aguacate, que en Rusia es muy caro.
A veces, comenta, cuando extraña a su familia añora la comida rusa. En su negocio se ofrece una delicadeza de su país: panquecitos de requesón.
Sobre lo que no le gusta de los mexicanos es la impuntualidad y la falta de compromiso, “las promesas no cumplidas”.
Esas promesas que no se cumplen, que no tienen tanto valor para los mexicanos, pero que para ella, con su cultura, son muy importantes.
Explica que en Rusia la gente planifica mucho más las cosas del día a día, son metódicos y cumplen con sus deberes y actividades diarias. En México, dice, las cosas son más espontáneas o se puede improvisar el día a día.
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