Uno de los principios fundamentales que recoge el artículo 40 de la Constitución General de la República es el de representación democrática.
Cuando las y los electores acuden a las urnas y depositan su boleta, lo hacen con la firme convicción de respaldar o apoyar a una fuerza política, una persona o un proyecto político. Es justo a través del voto libre y secreto, que hemos construido nuestra incipiente democracia a lo largo del tiempo. En algunos casos, la decisión de votar por una u otra opción, es impulsada por factores particulares, como la personalidad del candidato, su prestigio o manera de pensar; en otros, tiene que ver mucho por el partido político que lo propone.
En este contexto, la conformación de las cámaras de diputados y senadores a nivel nacional, así como de los congresos locales, parte de una distinción entre quienes son elegidos por mayoría relativa y los que llegan vía representación proporcional.
Los de mayoría relativa son quienes adquieren el cargo o curul mediante el voto popular y directo. Ahí es indiscutible la legitimidad del o la diputada beneficiada por las urnas, pues está claro que obtuvo el triunfo en parte por sus cualidades personales. En el otro supuesto, la representación proporcional tiene que ver con lograr pesos y contrapesos al interior de los órganos legislativos.
Los llamados “diputados de partido” tienen una representación de amplio espectro: representan a la fuerza política que los designó. Su objetivo es hacer valer la voz de las minorías, para evitar la toma de decisiones arbitrarias o absolutistas.
Si partimos de la base que la democracia se compone por la suma de todas las ideas y opiniones, en un plano de libertad, igualdad y mutuo respeto, es indiscutible que al interior de las cámaras debe haber pluralidad; pues nos guste o no, los partidos minoritarios también representan un porcentaje importante de la población.
De un tiempo para acá hemos visto con tristeza y coraje, como valores esenciales en la política, como la lealtad, han cedido frente a la avaricia de proyectos personales. Cada vez es más común ver cómo ciertos políticos de representación proporcional, que fueron asignados bajo unas siglas y un membrete, deciden cambiarse a otro partido político, sin considerar compromiso alguno con la militancia que los postuló.
Ello tiene un doble efecto negativo. Por un lado, se traiciona la confianza de quienes, con sus votos, apoyaron al partido político que los postuló; por otro, se crean desequilibrios en el Congreso que terminan por destruir los pesos y contrapesos, creando mayorías ficticias que, en el fondo, no tienen el respaldo popular. Prueba de ello fue el traslado masivo de varias diputadas y diputados, así como de senadores, de los partidos PT y PVEM al partido dominante MORENA, para poder alcanzar la llamada “mayoría calificada”.
Por eso, con la finalidad de evitar estos fraudes a la Constitución y a la democracia, en estos día presentaré una reforma a la Carta Magna para evitar los conocidos “chapulines legislativos”. A partir de ésta, quien llegue a un escaño o curul por la vía de representación proporcional deberá mantener su lealtad con el partido político que lo postuló y, para el caso que decida cambiar de afiliación partidista, lo podrá hacer sin comprometer el cargo obtenido, pues éste de origen le pertenecerá al partido político que lo designó.
Buscamos generar conciencia sobre la importancia de eliminar malas prácticas que están afectando nuestra democracia y sentar una verdadera representación popular.