Ayer, 14 de abril, despedimos a uno de los más grandes escritores del siglo XX. Un digno representante de la literatura latinoamericana y del libre pensamiento, me refiero a Mario Vargas Llosa.

Escritor de gran habilidad y temple, demostró, con su belleza narrativa y un estilo literario único e innovador, la fortaleza del pensamiento liberal. Con él se cerró el ciclo del llamado boom latinoamericano, ese conjunto de grandes literatos, escritores de alto nivel, que desafiaron los convencionalismos de la literatura clásica y pusieron en alto la voz de toda la América de habla hispana. De la mano con otros grandes autores de la época de los 70: Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Vicente Leñero, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, entre otros, Vargas Llosa impulsó la literatura del continente americano, poniéndola en los primeros lugares del gusto literario mundial.

No es cuestión menor. Fue autor de infinidad de novelas, cuentos, ensayos, piezas de teatro y artículos periodísticos. Fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias y el Premio Nobel de Literatura en 2010. Además, formó parte de la Academia Francesa, cuyos miembros son conocidos como les inmortales (los inmortales), con personajes como Voltaire, Montesquieu, Víctor Hugo y Alejandro Dumas.

En sus obras abordó constantemente las oposiciones entre libertad y dictadura. La corrupción del poder en las estructuras militares y el ejercicio indiscriminado de la violencia como medio para aplastar, poco a poco, o intempestivamente, el espíritu humano. Su conocida frase de “la dictadura perfecta” para referirse al México de esa época, es ampliamente conocida, citada y reproducida por múltiples ensayistas, politólogos y estudiosos de los sistemas políticos contemporáneos.

Más allá de su indiscutible capacidad intelectual y de escritura, Vargas Llosa se caracterizó por ser un defensor de la libertad, pues siempre insistió en la necesidad de ampliar los espectros de contraste en la democracia, evitar la creación de estructuras centralistas o estatistas y abrir más el acceso a la cultura.

Hoy, en un mundo donde los libros han pasado a ser artículos decorativos (en el mejor de los casos), donde impera el ciberespacio y la revolución digital, donde todo está al alcance de un clic y con tal velocidad que no hay tiempo a la reflexión o la contemplación, Vargas Llosa y su obra se anteponen a las nuevas generaciones como una opción abierta y fresca a la crítica constructiva.

El auge de gobiernos populistas y la llegada al poder de personajes disruptivos como el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, o de Rusia, Vladimir Putin, que buscan ejercer un control absoluto, no sólo en sus territorios, sino en el mundo entero, son ejemplos perfectos de la política que es criticada en las obras de Varga Llosa.

Así, con la partida de este grande de la literatura, se cierra un capítulo de gran orgullo y estima para el mundo de las letras. Es nuestro deber, desde el lugar que nos encontremos, conocer y difundir su legado, especialmente a las nuevas generaciones.

Mario Vargas Llosa nos enseñó que lo importante no es destacar en el mundo de las letras, sino abrazar a la literatura como un arte que enriquece el espíritu y que abona a crear mejores seres humanos. Así, él mismo lo expresó: “Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz.”

Recordemos su legado, por siempre y para siempre.

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