La noche del 15 de septiembre es el momento más álgido del orgullo de ser mexicana o mexicano. Representa el momento cúspide de mayor significado en la historia de nuestro país. Sea con amigos, familiares, o simplemente compatriotas, todas y todos gritamos al unísono aquello por lo que nos sentimos unidos e identificados: ¡Viva México!
Recordando a los padres y madres de la patria, como don Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama, doña Josefa Ortiz de Domínguez, José María Morelos y Pavón, Leona Vicario, Vicente Guerrero, y demás héroes anónimos; las y los mexicanos festejamos la gratitud de ser libres e independientes. De una u otra forma sentimos el orgullo de ser mexicanos y nos unimos en una misma voz e identidad. Podemos tener diferentes puntos de vista o ideas divergentes, pero en algo estamos ciertos: México es una gran nación y se merece todo nuestro amor y respeto. En eso sí tiene razón la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, cuando dijo que “nadie tiene el monopolio del amor por su país”.
Creo que en algo estamos de acuerdo, independientemente de los colores o posturas, todas las personas buscamos lo mejor para México.
Todas y todos, desde diferentes maneras y acciones, buscamos lo mejor y tratamos, en nuestras posibilidades, de aportar algún granito de arena en la construcción de un mejor futuro. Desde la ama de casa que se levanta temprano para preparar y llevar a sus hijos al colegio, el padre de familia que todos los días busca el sustento para su familia o el joven que se prepara cada día para sobresalir en sus estudios; todas y todos aportamos nuestro trabajo y esfuerzo para sacar adelante nuestra patria, enfrentando las adversidades.
Hoy vivimos un momento histórico y coyuntural. No sólo tendremos la primera presidenta en la historia, sino además se está apostando por un proyecto de nación alterno.
En esto destacan opiniones de varios intelectuales sobre el movimiento de independencia y el constante ánimo de renovación que busca el pueblo mexicano. De una u otra forma, la tierra mexicana se reinventa constantemente, busca su identidad y proyección. Octavio Paz, por ejemplo, veía a la rebelión del cura Hidalgo y a la revolución mexicana como un rompimiento, un exabrupto y divorcio irreconciliable con el pasado. Un olvido absoluto para empezar desde cero. En opinión de Enrique Krauze, es la constante divergencia entre progreso y tradición. Ese ánimo de cambio pero sin alterar el fondo, sin tocar lo esencial. Ambos autores y otros concuerdan que nuestros movimientos revolucionarios han sido impulsados por el ánimo de cambio y el rompimiento con las viejas ideas. Buscan fincar nuevos paradigmas bajo el nominativo del “cambio” y sentar una nueva realidad.
¿Estaremos viviendo un cambio de esas dimensiones? No lo sé.
Lo que sí vemos es un ánimo por abandonar todo lo que se ha construido y comenzar “desde cero”. Claro ejemplo es el Poder Judicial, cuya discutida reforma se publicó justamente el 15 de septiembre. Con ello, se dará un vuelco a una de las instituciones más sólidas y profesionales que tenemos ¿será para bien?
México continúa en su debate histórico. En esa dicotomía entre tradición y progreso. Ese “estira y afloja” que no nos permite consolidar nuestro potencial.