Hoy hablo con el corazón lleno de indignación y un profundo compromiso hacia México. El reciente nombramiento de Rosario Piedra Ibarra para un segundo mandato al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) es una afrenta directa a la esencia de esta institución y a los valores de justicia y respeto que deberían guiarla. No puedo, ni quiero, quedarme callado.
Durante su gestión, Rosario Piedra Ibarra se ha convertido en una figura ausente, una espectadora que ha permitido que los derechos humanos se pisoteen con una indiferencia alarmante. En un país donde la violencia y la impunidad crecen a diario, la CNDH debe ser una barrera, una voz que defienda y proteja a los ciudadanos. Sin embargo, la realidad es otra: hemos visto una institución sumida en la pasividad, una presidencia que prefiere mirar hacia otro lado en lugar de cumplir con la responsabilidad que le fue conferida.
La elección de Piedra Ibarra no es sólo cuestionable por su desempeño, sino también por la forma en que fue impuesta. Esta terna refleja la mano dura de Morena, quien ha desoído las voces de la sociedad civil, los expertos y la oposición. Han priorizado la conveniencia política sobre los derechos de los mexicanos, sin el más mínimo respeto por las críticas fundamentadas. Esto no es democracia; es un atropello al Estado de derecho y una clara intención de convertir a la CNDH en un instrumento de sus intereses.
¿Cuántos casos de violaciones a derechos humanos quedaron sin respuesta? ¿Cuántas familias siguen esperando justicia en silencio, mientras su desesperación choca contra un muro de indiferencia? Las víctimas merecen una institución fuerte, una voz firme, y no el silencio que ha caracterizado a la CNDH en estos años. Que la mayoría oficialista del Senado haya decidido, una vez más, ignorar estos sufrimientos, no sólo es irresponsable, sino cruel.
Esto trasciende el ámbito político. Esta decisión es un ataque a nuestras libertades, a nuestra dignidad como nación. La CNDH, que debería ser un bastión de defensa y esperanza, se convierte hoy en un símbolo de apatía y complicidad. No sólo le están fallando a la oposición, ¡le están fallando a México entero!
Es momento de levantar la voz. No podemos permitir que los derechos humanos se vuelvan una moneda de cambio en el juego de poder. Exigimos una CNDH que sea capaz de defender al pueblo, que actúe con independencia, que sea un verdadero contrapeso. No más impunidad, no más indiferencia.
Hoy, como senador y como ciudadano, digo enfáticamente que NO acepto esta decisión. Mi compromiso es con un México, donde los derechos humanos no sean una opción, sino una prioridad. Juntos, podemos y debemos luchar para recuperar nuestras instituciones. Sigamos unidos en esta batalla. ¡Por un México donde la justicia prevalezca sobre el poder!