La emboscada y humillación del actual gobierno norteamericano al presidente de Ucrania no tiene precedentes. De entrada, una discusión geopolítica tan grave tenía que haber sido privada y no difundida en vivo al mundo.

Quienes defienden a Trump argumentan la necesidad de volver a la realpolitik, así como la corrupción endémica del gobierno ucraniano. Como éste no puede ganar la guerra solo (“no tienes cartas”) hay que decretar ya un alto al fuego para después enfrentar al enemigo real de Estados Unidos, China. Se argumenta el innecesario número de víctimas y la prolongación de la guerra.

El problema de esto es que se deja impune al agresor y a sus reiterados crímenes de guerra (invasión pisoteando tratados previos, asesinato de prisioneros, violaciones de mujeres, separación de familias, entre muchas); que Putin no va a devolver los territorios ocupados y que lo mismo se repetirá con países con aún menos cartas en la mano para jugar (Georgia, países bálticos), porque han invadido la zona de seguridad que arbitrariamente ha determinado el invasor.

Por otra parte, se olvida que fue precisamente Estados Unidos quien se acercó a China en el famoso viaje de Kissinger en julio de 1971 (aún vivía Mao) que puso las bases para que saliera de la Edad Media y se volviera la superpotencia económica y militar que hoy es, en el afán de confrontar y opacar a la entonces URSS, lo que finalmente ocurrió. Así fue como se resolvió la guerra fría.

Europa se ha alineado casi por unanimidad con Ucrania y ha visto la necesidad de afianzar su seguridad e integridad sola frente a la amenaza rusa, ya sin la ayuda esencial de Estados Unidos. Ante la necesidad de liderazgos, Alemania puede hacer valer su peso, sola o acompañada de Francia y de Gran Bretaña; la decisión de hacer valer los derechos de Ucrania parece definitiva, así como su admisión como integrante de la Unión Europea. En este conflicto, queda claro que la OTAN ya no cuenta con su principal y más poderoso integrante.

Al interior de Estados Unidos, las divisiones, controversias y conflictos crecerán y serán más ásperos. Trump ganó la elección al partido Demócrata pero no lo desapareció e incluso, al interior del suyo, el Republicano, los herederos de la corriente reaganiana muestran su descontento ante el inédito fenómeno de un presidente autoritario y que no defiende los principios, valores y hasta los intereses vitales de su propio país. La supuesta realpolitik tiene otras interpretaciones.

Por su parte, la derecha, a nivel planetario, se encuentra confundida, dividida; no sorprenden las posturas de sumisión a todo lo que haga o diga Trump de muchas personas que han sido clarividentes en áreas y temas comunes. Por fortuna, hay otras voces muy claras al respecto que vislumbran la necesidad de configurar una nueva geopolítica mucho más real y racional.

Finalmente, hay una persona en el mundo completamente feliz de todo esto y se llama Vladimir. Le están resolviendo la vida, le salvan su autoritario y antidemocrático gobierno y le están aliviando una economía al borde del colapso.

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