Si en algo es especialista Andrés Manuel, es en la dolosa, cínica, compulsiva y patológica conducta de mentir, como recientemente lo reconoció ante Reyna Haydee, al señalar que más que una realidad es una provocación decir que hayamos rebasado a Dinamarca en materia de salud, como lo afirmó en su VI Informe.

López Obrador deliberadamente falsea la realidad, quizás porque no le gusta ver sus fracasos; porque solo con engaños avanza su proyecto político; o porque le resulta inconfesable su interés de vincular geopolíticamente a México a la esfera socialista que impulsa Cuba en el continente (ayer viernes el gobernador de Michoacán izó la bandera de Cuba y entonó su himno en un acto inaugural). El hecho es que sabe moralmente que miente y no le importa hacerlo, lo cual resulta perverso de su parte.

Es evidente que al evitar la verdad, busca beneficios inconfesables; prioriza sus fantasías sobre la realidad; no daña su conciencia moral ¿tendrá?; deliberadamente manipula y controla a los de su secta; encubre su trastorno de personalidad narcisista; y, los que no se dejan engañar, son sus enemigos y, por tanto, objeto de sus persecuciones.

Mientras la mentira no prospera entre quienes poseen conciencia moral (y rechazan esta conducta), encontramos que existe una fascinación patológica por las mentiras en un amplio sector de la sociedad. Así, mientras una parte de la sociedad se cuestiona cómo es posible que haya quienes le creen —ante la evidencia de los propios datos de su gobierno—: del otro lado, haya quienes se sientan agredidos por el peso de la realidad y emprendan la defensa de su líder con insultos y violencia.

Para recuperar al país es necesario tomar conciencia de esta y de otras muchas patologías sociales que deforman y tergiversan el sentido de la política y del papel de los ciudadanos en la construcción del bien común.

La inmoralidad política ha permeado lo social creando mitómanos, personas atraídas por las mentiras o los mitos; seres inmorales que se sienten triunfadores aplicando a otros la deshonestidad, la traición y el engaño; quienes prefieren la comodidad de la evasión, la fantasía o la mentira a la dureza de la realidad; conductas codependientes como la pérdida de su libertad y responsabilidad a cambio de obtener beneficios y depender del proveedor.

Dentro del autoengaño de quienes aplauden las mentiras está siempre la inagotable esperanza de que los sueños —a los que inducen los engaños— puedan ser verdad algún día.

La gran ventaja del mentiroso compulsivo es que ha logrado, a fuerza de intensa repetición, normalizar el ambiente corrupto de traición y engaño que esta implica, de suerte que las conciencias se han adormecido ante los dichos del embustero; o bien, que han comenzado a vivir en ese ambiente de deformación de la realidad.

La mentira, además de perversa, por cuanto a que corrompe la moral de las personas y las desvía de sus fines (la búsqueda de la verdad, el bien, la justicia…), resulta aviesa porque implica malicia e intenciones ocultas; pues engaña y manipula a los demás para lograr sus objetivos.

¿Qué intereses ocultará el presidente y su sucesora por los que valga tanto mentir, corromper y traicionar la confianza ciudadana, como pretenden hacerlo otros seis años?

Lo cierto es que AMLO ocupa el triste papel histórico de ser el presidente más mentiroso de México y, tal vez, del mundo, con 101 mil 155 mentiras en solo cuatro años de gobierno. ¿Sheinbaum sigue sus pasos?

Periodista y maestro en seguridad nacional

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