La reciente noticia de la salida de la senadora Guadalupe Murguía como coordinadora y la designación de Ricardo Anaya como coordinador de los senadores del Partido Acción Nacional (PAN) ha generado un debate significativo sobre la coherencia y el compromiso de los partidos de oposición en México, especialmente en relación con el apoyo a las mujeres. A pesar de los discursos “grandilocuentes” y las promesas de cambio, tanto el PAN como el Partido Revolucionario Institucional (PRI) han demostrado una falta de congruencia en sus acciones y políticas hacia las mujeres.

El PAN, fundado en 1939, ha sido históricamente un partido de derecha con una ideología conservadora. Aunque a veces parece tener momentos de apertura y modernización, su enfoque en los valores tradicionales y familiares a menudo ha dejado de lado las necesidades y derechos específicos de las mujeres. La reciente imposición de Ricardo Anaya, quien no se caracteriza por ser defensor de la progresividad en términos de apoyo a las políticas de género, como coordinador de los senadores del PAN, subraya esta incongruencia; ha sido criticado por su falta de acción concreta en temas de igualdad de género y representa una continuidad en la invisibilización de las mujeres dentro del partido. No olvidemos que hace unos días, en el relevo de la dirección de su partido hubo la oportunidad de que fuera una mujer la lideresa, pero su grupo no lo permitió.

Por otro lado, el PRI, fundado en 1929, ha sido un partido que ha oscilado entre el centro y la centroderecha. A pesar de su “discurso” de justicia social y democracia, el PRI ha sido igualmente inconsistente en su apoyo a las mujeres. Aunque ha habido avances en términos de representación femenina dentro del partido, estos logros a menudo se ven eclipsados por políticas y prácticas que no abordan de manera efectiva las desigualdades de género. La alianza del PRI con otros partidos de oposición, como el PAN, en coaliciones como Va por México, ha mostrado una falta de compromiso real con sus ideales y las políticas de género, priorizando en cambio agendas políticas conservadoras que en nada benefician a las mujeres.

La oposición ha utilizado frecuentemente la defensa de los derechos de las mujeres como una herramienta política; sin embargo, no se traduce en acciones concretas. La designación de Anaya es un ejemplo claro de cómo los partidos de oposición pueden hablar de igualdad y derechos, pero mienten en el momento de implementar políticas que realmente beneficien a las mujeres. En lugar de promover mujeres líderes con un historial comprobado de apoyo a las políticas de género, optan por figuras que representan la continuidad de prácticas misóginas.

Deberían de prestarle un poquito más de atención al exgobernador de Querétaro, Francisco (Pancho) Domínguez, cuando les dice: “No entienden, lo mismo y los mismos”. Sus discursos en defensa de las mujeres son tan falsos que ni sus copartidarios los creen; pero descuiden, sigan así, están uniendo a Querétaro (en su contra) y en unos años más, habrá gobernadora.

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