Es 2024 y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a marzo. En unos cuantos días volveremos a conmemorar, a nivel mundial, la lucha de las mujeres por la igualdad, el reconocimiento y el ejercicio efectivo de nuestros derechos.

El próximo 8 de marzo no se “celebra” ni se “festeja”, porque aunque hemos avanzado en la recuperación de los espacios y de nuestra libertad como mujeres, aún nos queda un camino largo. Por ello, las felicitaciones se agradecen pero están de más; lo que realmente esperamos este día, es que como sociedad hagamos un ejercicio de autocrítica, de reflexión y de acción para cambiar aquello que sigue obstaculizando que las mujeres vivan en libertad, dignidad e igualdad.

Hoy por hoy no hemos ganado derechos, hemos logrado que se reconozcan y seguimos en la lucha por que se garanticen. Tampoco hemos ganado espacios, hemos recuperado aquellos que históricamente y de manera vil, nos fueron arrebatados. Uno de esos espacios tiene que ver con la esfera pública y en particular con la política.

La participación de las mujeres en la política ha sido una lucha histórica, con avances significativos, pero con la resistencia de un sistema patriarcalmente machista que aún con dichos avances, genera brechas y obstáculos que limitan el pleno ejercicio en los espacios de toma de decisiones.

Cuando me preguntan si las mujeres políticas ya tienen poder, mi respuesta es no totalmente. Hoy, gracias a la paridad tenemos la oportunidad de llegar a los espacios de representación, pero eso no significa que realmente ejerzamos el poder en igualdad de condiciones que los hombres y podemos darnos cuenta, por ejemplo, cuando observamos a quienes realmente toman decisiones en los partidos, en los ayuntamientos, en las legislaturas, en órganismos e instituciones públicas, etcétera.

A primera vista, podríamos aseverar que nosotras las políticas mexicanas ya ejercemos el poder, pero existen muchos factores que nos lo imposibilitan en la realidad. Entre ellos encontramos los roles y estereotipos de género que nos siguen asignando un papel secundario y que incluso ponen en tela de juicio nuestra capacidad, o a poco no han escuchado la famosa pregunta : ¿México está listo para tener una Presidenta mujer?.

En segundo plano encontramos la resistencia de los partidos políticos a brindar un presupuesto suficiente para la capacitación y formación política de las mujeres. Si bien nos va, el 30% del presupuesto está destinado a ello.

En tercer lugar tenemos a la violencia política por razón de género, donde las mujeres políticas siguen siendo agredidas, amenazadas, hostigadas y discriminadas; ya sea ocultándoles información, no desarrollando sus proyectos, limitando su salario o prerrogativas, criticándolas en público o acosándolas por su tipo de cuerpo o manera de vestir.

Los medios de comunicación son otra piedrita en el zapato, pues sus abusos van desde invisibilizar el liderazgo de una política, hasta ridiculizarla por cosas que no tienen nada que ver ni con su agenda, ni su discurso ni su trabajo.

Que una mujer pueda llegar a ser Presidenta de México nos llena de esperanza a las mujeres, pero también nos impone el reto de ejercer, sin miedo y de manera efectiva, el poder para transformar la vida pública de nuestro país.

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