En el año de 1996, en día de muertos, decidí organizar una comida con mis compadres Hiram Rubio, Toño Murúa Mejorada y Chalío Ledesma, para oír y cantar peregrinas canciones, y decidimos irnos a la quinta “Las Conchas” en mi peregrino rincón bernalense sin nuestras esposas, porque según el invitado especial, Juan Francisco Durán Guerrero, “gastas el doble y te diviertes la mitad”.

Desgraciadamente ya había cambiado yo mi línea telefónica móvil de Iusacell a Telcel y Conchita Sicilia me traía jodido llamando y preguntando a cada rato “¿dónde Judas andas?”, y ante la risa de mis contertulios yo le contestaba que trabajando. Las risas por las puntadas platicadas por el maestro Durán e Hiram nos hicieron deliciosa la tarde, y en menos de lo que canta el gallo la negra noche cubrió con su manto el cielo del peregrino Bernal, por lo que  decidimos abandonar mi portal equipado de mesa y sillas de hierro labradas con flores y mariposas y tornamos a la vida real, donde no habitan los peregrinos fantasmas del ensueño.

Al llegar a la casa familiar Conchita se me quedaba mirando tratando de encontrar una evidencia de algo que me echara de cabeza y no lo encontraba. Pero al quitarme mi chamarra de piel estilo Laureano Brizuela y despojarme de mis pantalones y ropa interior para darme una ducha, doña Diana Salazar me reclamó con un enojo digno de doña Gorgona: “¡Andabas en Bernal cabroncito!”; yo puse cara de Mario Aburto y me declaré inocente, pero ella me señaló las evidencias que hicieron prueba plena de mi culpabilidad: “¡Traes marcadas en las nalgas –escasas por cierto– las mariposas y flores de las sillas de hierro de la casa de Bernal!”. Tuve que confesar mi travesura…snif. ¡Todo por huevón y no poner los cojines en las sillas! Les vendo un puerco en forma de mariposas y florecillas.

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