Juan José Arreola, escritor de Jalisco, México, publicó “El guardagujas”, un cuento de enorme calidad lingüística que ofrece un abanico de interpretaciones. El sustantivo del título es un oficio, se refiere a un técnico que trabaja en una estación de ferrocarril haciendo el desvío o cambio de agujas para que un tren, que ha llevado una cierta dirección, cambie de vía para seguir por otra línea y así llegar por fin a su destino.
Arreola maneja una fina ironía, con gran cuidado utiliza figuras literarias para describir una circunstancia con sentido del humor. Dice uno de sus diálogos:
“Pero ¿hay un tren que pase por esta ciudad?” “Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo, mediante dos rayas de gis. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón”.
Para un ser humano, lo difícil no es transitar la vida desde el tren que le tocó por suerte, debido a las condiciones económicas y culturales de su familia; dentro de sus limitaciones físicas y mentales, con el esquema de pensamiento que le fue impuesto en su formación temprana.
El reto estriba en tomar en las propias manos las agujas que logren el cambio de vía. Si el vagón donde uno viaja se dirige a una estación definida por la pobreza material, la falta de oportunidades, el resentimiento social, los prejuicios y la violencia, al viajero le cuesta mucho trabajo cambiar de rumbo.
La mejor opción para lograrlo es el estudio. El pasajero sin recursos para pagar un boleto de primera clase puede ingresar a las universidades más prestigiadas mediante una beca.
Andrea Méndez, estudiante de Biotecnología y miembro del programa Líderes del Mañana del Tecnológico de Monterrey, está realizando una estancia de investigación en la Escuela de Medicina de Harvard University. Andrea vive en Cambridge, Massachusetts, donde toma clases en MIT y forma parte de un equipo científico en un laboratorio donde su participación es importante, por tratarse de estudios que tienen repercusión en la vida real.
Si el estudiante no paga un peso de colegiatura, como es el caso de estos jóvenes, alguien más paga su costo: a lo largo de once años, el Tec ha reunido a más de diez mil donantes, cuya aportación ha apoyado a 2,141 alumnos provenientes de 32 estados de México e incluso de otros países latinoamericanos.
En palabras de Inés Sáenz, vicepresidenta de Inclusión, Impacto Social y Sostenibilidad: “Líderes del Mañana es un esfuerzo colectivo sin precedentes en nuestra comunidad que apuesta por la capacidad de trabajar en equipo con generosidad”.
Estos chicos provienen de lugares que no tienen rieles sino dos rayas de gis trazadas en el suelo, y cuando existe una estación de ferrocarril, es muy probable que los trenes estén descompuestos, los asientos rotos, el aire esté viciado y huela mal. Cuando se gradúan con un proyecto para su comunidad, la vida puede cambiar para cientos, incluso miles de personas en el futuro.