Es una novela conmovedora, con personajes de carne y hueso cuya fuerza interior les lleva a salir de su realidad para buscar nuevos derroteros y abrir puertas para las nuevas generaciones.

La trenza, escrita por Laetitia Colombani, nacida en Francia en 1976.

¿Qué tienen en común personas que no se conocen, que sufren y gozan en circunstancias muy diversas? ¿Qué vincula a seres humanos que realizan un proyecto a solas? En los casos de Smita, Giulia y Sarah, hay hilos invisibles pero reales, que las unen sin que jamás se miren a los ojos.

En Badlapur, India, Smita pertenece a la casta de los intocables, los más pobres y marginados en un país de enormes desigualdades sociales. Tiene que recoger los excrementos de una casta superior. En su región no hay servicio de alcantarillado. Smita acepta su condición, pero está decidida a que su hija sepa leer y no se convierta en un eslabón más de una cadena de injusticia.

En Palermo, Italia, Giulia se hace cargo del taller heredado de los abuelos: una pequeña fábrica de pelucas confeccionadas con cabello humano. A los dieciséis años, decidió trabajar para sacar a flote a la familia, pues descubrió que el negocio se encontraba en bancarrota. Con iniciativa, alegría y constancia, dedicó sus mejores horas a la creación de esas piezas que harán lucir más bellas a las mujeres que han perdido su cabello.

En Montreal, Canadá, Sarah ejerce su profesión de abogada con tesón e inteligencia. No ha sido afortunada en el amor: se divorció dos veces y tiene tres hijos a los que casi no ve. Al participar en un juicio, un desmayo la llevó a decidir el cuidado de su cuerpo como prioridad.

Las tres mujeres no podrían tener vidas más diferentes. Habitan en continentes separados por océanos, sus rasgos físicos las definen, como lo hacen los colores de cabello, piel y ojos que recibieron como herencia genética.

Sin embargo, sus destinos se unen gracias a la fuerza que impulsa los actos de cada una.

Colombani transmite a sus lectores un mensaje poderoso: no estás solo, aunque seas tan pobre como Smita. No estás derrotado, aunque te encuentres al frente de un negocio en quiebra. No estás vencido, aunque la enfermedad haya invadido tu cuerpo.

El donador de sangre, impulsado por el deseo altruista de regalar vida, muchas veces no conoce al paciente que recibirá ese líquido con glóbulos rojos, lleno de nutrientes, sales minerales, proteínas y plasma que revitaliza a quienes perdieron su propia sangre en una operación quirúrgica, un parto o un accidente. He escuchado narraciones sobre cambios en las maneras de pensar y actuar de quienes recibieron muchas unidades de sangre en transfusiones. En algunos casos, el paso por el hospital representa un parteaguas y al recuperar la salud la persona se vuelve más amable, sensible y dispuesta a ayudar a otros. Quizá el cambio se haya dado al sentir el aliento de la muerte en la nuca. Tal vez sea una recuperación de las creencias religiosas inmersas en la fe. O se trate de un enfrentamiento consigo mismo, en las horas profundas de la sala de terapia intensiva. O en los glóbulos blancos y plaquetas de las unidades transfundidas se vinieron también, como polizones diminutos, el amor a la familia, la fuerza del espíritu o la disciplina de los donantes.

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