El poeta y dramaturgo Alejandro Aura, a quien tuvimos con frecuencia en Querétaro en la década de 1970, vivió en Madrid los últimos años de su vida. El Centro Buñuel de Calanda, donde colaboraba, publicó: “Se ha ido sin dejar de luchar día a día contra esa enfermedad, que ha peleado como un caballero”. Aura estaba escribiendo el poemario “Se está tan bien aquí” cuando llegó la muerte, el 30 de julio de 2008.
Uno de los poemas de ese libro, “Despedida” dice en sus primeros versos: “Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta, / pedir los abrigos y marcharnos. / Aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo / y en las que cada uno pusimos nuestra identidad”.
Aura les pidió a sus hijos que mezclaran sus cenizas con el hormigón de alguna obra pública de la Ciudad de México, para formar parte de la urbe, de la que estaba enamorado.
Hay quienes dejan instrucciones que se cumplirán después de su muerte. Los herederos discutirán si la persona estaba en sus cabales al dictarlas, o si vale la pena seguir a pie juntillas la voluntad de quienes han trascendido a otra dimensión del espíritu.
La Parca llega en cualquier momento, y en muchos casos sin avisar. Mi abuelo Wulfrano decía que uno sabe cuándo se marcha de casa, y no sabe cuándo volverá, si es que vuelve. Tenía mucha consciencia de la fragilidad de la vida.
Los hijos, nietos y familiares directos, compañeros de trabajo y socios de negocios se enfrentan al dilema: qué hacer con los libros, obras de arte, colecciones y cartas de quien se ha marchado. ¿Es correcto leer sus documentos y conocer así varios secretos que llevaban muchos años ocultos? ¿Es lícito apropiarse de todo lo que no aparece en el testamento?
Hace pocos días, leí en un periódico de Madrid la curiosa nota dedicada al rechazo de los herederos de bienes inmuebles a la herencia que les correspondería, según el testamento de propietarios que se han ido hace poco. Miles de ciudadanos españoles, a partir de la pandemia, han decidido rechazar la entrega de propiedades testadas a su favor, por encontrar que el valor de los bienes es inferior a la deuda contraída por las personas fallecidas, por cuestión de impuestos, servicios e hipoteca no pagados.
En México, las leyes establecen que las deudas del fallecido deben ser pagadas por el patrimonio que dejó, antes de que cualquier herencia sea entregada a los herederos.
Si los beneficiarios de estos testamentos son jóvenes, tienen un empleo que apenas les garantiza la subsistencia y no cuentan con recursos para cubrir estos gastos, se ven en la triste circunstancia de rechazar las casas, ranchos, locales comerciales o terrenos, y comenzar otra gestión, con los acreedores.
Más duro es el dilema emocional. ¿Qué hacer con los sentimientos? Tal parece que no hay remedio para la nostalgia. Entregar al banco la casa de tu abuela, donde fuiste tan feliz en las navidades de tu infancia. Decir adiós al columpio que pende del árbol, a la chimenea de la sala, al pedazo de jardín donde jugabas con tus primos, donde aprendiste las primeras lecciones de vida. Ese proceso no se resuelve en notarías. Tienes que enfrentarlo en la intimidad de tu habitación, con tus hermanos, en la consulta del terapeuta. Tú sabrás cómo hacerlo.