Tu vecina adolescente se levanta los domingos al amanecer, se pone ropa deportiva, se trepa en la bicicleta y se va con amigos a romper sus propios récords, cada vez más veloz, cada semana más lejos. En pocos minutos, su rostro y cabello se empapan del sudor que seca con un pañuelo, al detenerse en la primera parada. El corazón bombea la sangre con un ritmo sano, rápido, que lleva oxígeno al cerebro. A la hora en que los demás desayunan, la ciclista alcanzó nuevas metas.
Los chicos que viven enfrente, de la misma edad, están dormidos y defienden su derecho a desvelarse los sábados, a ver películas, cantar, tomar alcohol, fumar y hacer lo que se les antoje. Es algo normal, piensan, la juventud sólo se vive una vez.
Los conceptos de normalidad y anormalidad dependen por completo de la cultura. Las supersticiones de una tribu son compartidas con personas de mentalidad parecida, con costumbres y rutinas semejantes. En los países cristianos, muchos piensan que el número 13 tiene un aura de tragedia, por lo cual hay hoteles, edificios y hospitales que evitan ese piso. En Japón, la palabra que nombra el número 4 se parece a la palabra muerte, por lo cual evitan el 4 en lo posible.
Los valores adquiridos en la infancia definen muchas conductas a lo largo de la vida. Para ser aceptados en el grupo al que deseamos pertenecer, nuestra normalidad deseada, cambiamos de apariencia: ropa, corte de pelo, maquillaje, cosméticos y perfumes; adoptamos el tono de voz, cadencia, fraseo y registro de vocabulario que ellos emplean; nos movemos como se mueve la manada, caminamos a su paso, entramos en sus moldes.
Ser anormal, tener una conducta desviada a juicio de la mayoría imperante, vivir en el desajuste y por tanto ser rechazados, puede marcar a los espíritus con una honda huella. Muchos artistas y escritores han hablado de que en la soledad encontraron la inspiración. Otros, que no logran superar el asilamiento social, podrían llegar a convertirse en psicópatas. Thomas Crooks, el atacante de Donald Trump en el atentado ocurrido el 13 de julio, tenía veinte años y la obsesión de convertirse en magnicida. Declaraciones hechas por voceros del FBI revelan que el joven había buscado en internet datos sobre el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico, en mayo pasado. También obtuvo información sobre los movimientos de Harvey Oswald, asesino de John F. Kennedy. Los investigadores han llegado a dos conclusiones: Crooks era una persona con una inteligencia excepcional y con una vida social casi nula, una existencia marcada por la soledad y el dolor que conlleva.
En una familia, lo normal es manifestar afecto, estar juntos, cocinar o limpiar la casa cantando o jugando. En otra familia, lo normal entre los padres es llamarse con ofensas, descalificar las conductas de los hijos, hablar mal de los otros, vivir entre basura física o mental. Esto ocurre en lugares de gente rica o pobre en recursos financieros. La poeta Pita Amor, quien nació en la aristocracia mexicana, lo describe así:
“Casa redonda tenía / de redonda soledad: / el aire que la invadía / era redonda armonía / de irrespirable ansiedad. // Las mañanas eran noches / las noches desvanecidas, / las penas muy bien logradas / las dichas muy mal vividas”.