Marie Curie nació en Varsovia, donde inició su formación científica. Realizó investigaciones con su marido, Pierre Curie, con quien compartió el premio Nobel de Física en 1903. Ella recibió el de Química, en 1911. No patentaron sus logros, los obsequiaron a la humanidad; han transformado la vida de millones de personas enfermas que recuperaron la salud gracias a la radioactividad.
Madame Curie alcanzó sus metas a pesar de los obstáculos que la sociedad le impuso, por haber nacido mujer: en su natal Polonia, no tuvo más remedio que estudiar en forma clandestina, en la “Universidad Flotante”, porque las matrículas eran sólo para hombres.
A los 24 años, se mudó a París junto con su hermana Bronislawa, con quien llegó a un acuerdo: una de las dos apoyaría económicamente a la otra, y luego al contrario; por ello, Marie tuvo que trabajar como institutriz, dejando los estudios. En cuanto le fue posible, dedicó los días a estudiar y las noches a trabajar. Vivía en la pobreza, al filo del hambre.
La gran lección que nos dejó esta mujer es su visión. Pudo
vislumbrar un futuro en la investigación a partir de sus descubrimientos, y sus procesos de pensamiento se arraigaron en su mente, convertidos en fórmulas y ecuaciones, hasta la muerte.
Alan Turing fue otro adelantado a su tiempo. Este matemático inglés evolucionó la teoría de la computación; descifró el código criptográfico de la máquina Enigma, un avanzado sistema de comunicaciones del ejército Nazi; construyó los pilares de la inteligencia artificial y propuso un modelo matemático para comprender el desarrollo de los seres vivos. En 1952, a los cuarenta años, fue obligado a someterse a un proceso de castración química debido a su homosexualidad; esta intervención le afectó tanto que cometió suicidio.
Muchos artistas, académicos, pensadores y científicos viven en la frustración de hablar un lenguaje que los demás no comprenden. Proponen cambios que son rechazados. Sus movimientos en el arte son considerados locuras, su forma de vivir recibe burlas y repudio.
Los adelantados son la bala de cañón, la punta de lanza del progreso. Se encuentran en la vanguardia, ven el panorama del futuro con claridad, definiendo las rutas que ha de seguir el mundo. No son estridentes ni violentos, no recurren a la fuerza para demostrar sus teorías. Viven en el porvenir, nunca en el pasado. Avizoran los cambios y se adaptan a ellos, mientras sus contemporáneos siguen aferrados a prejuicios y creencias que recibieron de padres y abuelos. La mayor parte de las personas que les rodean preservan tradiciones sin cuestionar su validez, como el desdén a la aportación de las mujeres en la ciencia. Por fortuna, de vez en cuando nace una niña con el espíritu perseverante de Madame Curie, o un niño con la inteligencia de Alan Turing.