Primero, se montan los puntos. Se cuentan de manera minuciosa, de acuerdo con el tamaño del proyecto. Ya tenemos instrucciones, diagrama y tiempo. Las agujas, enseres y estambre se seleccionan con el cuidado que tendría el que va a comprar materiales para instalar una tienda de abarrotes o para construir un hospital.

Tejer es un ejercicio de la mente. Desarrolla habilidades motrices, estimula la concentración, ayuda a la meditación y permite a la tejedora o al tejedor —cada día hay más varones que tejen— dedicar el tiempo de la creación a penetrar en rincones de su mente, quizá los más escondidos.

Hace un par de años, comencé a tejer bajo la dirección de mi bella amiga Jane. Ya lo había hecho cuando mi hijo de 10 años quería un traje de Harry Potter y no había bufandas por ninguna parte. Me di a la tarea de intercalar franjas amarillas y rojas, para llevar a nuestros niños a un concierto en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM; nos prometieron que John Williams dirigiría la orquesta.

El conductor no llegó, pero cientos de pequeños brujos llenaron las butacas, frente a un escenario con las banderolas de Hogwarts, Griffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Hubo momentos de pura magia.

Se tejen vueltas de derecho intercaladas con vueltas de revés. Tal como cada día gozamos de ricos platillos y luego tenemos que lavar los platos y el mantel. Vienen las disminuciones de puntos, como el dinero que se esfuma al comprar los víveres y al pagar la electricidad.

Por fin se termina el frente de un suéter, se aprecia la parte concluida, podemos tomar un té caliente de manzana y canela. Por más hermoso que sea, no es la prenda completa. Hay que tejer la espalda, porque no sólo nos presentamos ante los demás con sonrisas y miradas; tenemos que cuidar la forma en que nos miran por detrás cuando nos alejamos del grupo. Uno mismo no puede verse la nuca, hay que confiar en que las palabras correspondan a las acciones para que otros no murmuren al vernos partir. Que se queden con ganas de estar otro rato con nosotros.

Manuel Vicent, autor español, dice: “Tejer y destejer la manga del jersey de Penélope a lo largo de los días con un ovillo con el que juega el gato, en eso consiste en el fondo la literatura”.

Tejí un suéter para un bebé de tres meses, mi nieto Xavier. De ahí siguieron otros dos, uno para Santiago y otro para Pedrito. Tengo que terminar el suéter de mi nieto mayor para dedicarme al de Martín, que nacerá en Madrid a finales de enero de 2025. Cuando veo las fotos de estos niños amados con mi humilde regalo sobre su tierno cuerpo, vivo una experiencia tan intensa que me estremece toda.

La hermosa filóloga Irene Vallejo dice: “A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar en la noche las memorias de los cuentos. Han sido las tejedoras de relatos y retales. Entrelazan verbos, lana, adjetivos y seda. Por eso textos y tejidos comparten tantas palabras: la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de una historia, el desenlace de la narración”.

Cuando ya se tienen las piezas, hay que coser escondiendo los cabos de estambres sueltos. Hacer círculos a manera de ojales y pegar los botones; de ser necesario, lavar la prenda y darle un poco de calor con plancha tibia. Colocar entre papeles de china, envolver para regalo. Porque la vida no es otra cosa que hilos de colores, tejidos con nuestras manos.

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