Tenía que suceder: el hechizo en que vivimos los afortunados lectores del idioma español, cuyo vocabulario nos abrió la puerta para entrar a la narrativa más hermosa del siglo XX, llegó a Japón y estremeció a sus moradores como un tsunami.

La literatura es magia que nos mete bajo la piel de personas que no han vivido, pero que nos trascienden: sus palabras resuenan en la mente de millones si se convierten en letras de libros, diálogos en el teatro y en todas las pantallas que se han creado para convertirnos en Homo videns, según Giovanni Sartori.

Entre los personajes más entrañables que ha habido en la escritura hay que mencionar a José Arcadio Buendía, Úrsula Iguarán y su descendencia: fundadores del pueblo de Macondo, donde se ubica la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, considerada como la cumbre del realismo mágico.

Durante el verano de 2024, en Japón, se vendieron más de 300 mil ejemplares de este libro que ha influido a escritores nipones de gran éxito editorial. Poco a poco, en movimientos suaves como el sutil temblor de la tierra bajo el archipiélago, la fantástica historia de la creación de un pueblo en “el sopor de la ciénega”, se abrió paso entre las historias creadas por autores del mundo entero.

El décimo aniversario de la muerte del autor, premio Nobel de Literatura; la permanencia de este título en la predilección de los lectores a lo largo de medio siglo y sus traducciones a 46 idiomas han estimulado su venta hasta alcanzar los 50 millones de copias, factores que garantizan su penetración al mercado japonés.

Más aún, la producción de una serie que Netflix estrenará en todo el mundo, ayuda a la mercadotecnia de esta novela para que llegue a rincones de la Tierra donde la familia Buendía era desconocida.

No es la primera vez que ocurre algo así. En 1920, el joven Yuzo Takeshima, quien estudiaba español en Tokio, se sintió cautivado por los paisajes descritos por Jorge Isaacs en su novela María. El muchacho tradujo la novela al japonés, y pronto convenció a cuatro amigos de que viajaran a Colombia para conocer el valle del Cauca, escenario de la novela. Más tarde, Takeshima se convirtió en diplomático y gestionó con el gobierno japonés el establecimiento de una colonia agrícola en 1927. Realizó una campaña para convencer a jóvenes familias japonesas de migrar al sur de América, con la frase: “Si hay un paraíso en este mundo, entonces es Colombia”.

Tal como son las cosas hoy en día, no es remoto aventurar que pronto los japoneses leerán al colombiano Héctor Abad Faciolince, y en seguida a otros autores del Boom latinoamericano, dando nueva vida a las obras del cubano Alejo Carpentier, el peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes, el argentino Julio Cortázar y sus maestros Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y los novelistas de la revolución mexicana.

La conquista de Japón encabezada por García Márquez es un acto póstumo, como la batalla ganada por el Cid Campeador, cuyo cuerpo sin vida fue colocado sobre Babieca, con un palo que le permitiera estar tieso y firme, para alentar a sus tropas y llenar de terror a sus enemigos. Cien años de soledad ganó la batalla del mercado y los diecisiete Aurelianos hablan japonés.

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