Se ha vuelto indispensable en nuestras vidas. Es un instrumento de trabajo, un medio de comunicación y nuestra segunda memoria. También, representa un riesgo: los usuarios de teléfonos celulares han dejado a un lado varias funciones de la mente, confiando en que su aparato lo hará por ellos. Neurólogos, científicos del cerebro y psicólogos advierten que el uso excesivo de estos aparatos tiene un impacto negativo y duradero en la capacidad que tenemos para pensar, recordar información, equilibrar las emociones y prestar atención.

Nos hemos vuelto impacientes. Cuando se trata de esperar en una estación de autobuses, recurrimos al celular para que nos entretenga, nos dé información o nos ayude a sobrellevar la espera.

No queremos vivir el momento con todo lo que implica tener los sentidos abiertos: aspirar a fondo, identificar olores, grabar en los ojos el paisaje, mirar los detalles, sentir la textura de los muebles, mirar la arquitectura, gozar la belleza del arte o apreciar los rostros de las personas que nos rodean. Si no tuviéramos el celular en las manos, podríamos retener el momento y convertir la escena en una memoria.

Para que las vivencias se vuelvan historias que contar, hay que poner atención al entorno, escuchar las palabras que se pronuncian alrededor de nosotros, leer los letreros, identificar las señales en la calle, analizar lo que aparece ante nuestros ojos: si estamos en el campo, podremos oler la hierba, ver el paisaje, preguntar a los campesinos sobre animales, cultivos, ciclos del agua, cosechas, costumbres locales, fiestas y celebraciones; si tenemos suerte, nos hablarán de la sabiduría de sus antepasados.

Si estamos en alguna ciudad, las posibilidades se multiplican: podemos indagar las épocas y estilos de la arquitectura, tipos de vehículos, platillos especiales de la zona, horarios para comer y lugares donde la gente se reúne; el cerebro puede estimular su curiosidad y saciar sus deseos de saber al hacer preguntas a los anfitriones.

Todo esto, sin tomar fotos ni videos. Estas son experiencias más completas que las de quien mira el mundo a través de una cámara.

La primera fotografía fue tomada por Joseph Nicéphore Niépce en 1826. En 1861, se incorporó el color, y poco tiempo después se filmó la primera película en cortometraje. Las cámaras digitales se inventaron en 1975 y para el año 2000 salieron al mercado los primeros teléfonos con cámaras integradas. Es decir, esta tecnología es muy reciente y todavía no asimilamos sus consecuencias.

Tomar instantáneas y videos es fascinante. Nadie lo duda. Pero como todo, hay que hacerlo con cuidado de no reemplazar el proceso de vivir el momento, ni dejar a la cámara la función de recordar. Desde 2011, se ha estudiado el Efecto Google, que demuestra que una persona tiene menos posibilidades de recordar algo si sabe que puede buscar la información en Google. Si en lugar de vivir la experiencia tomas la foto, es probable que tu mente se olvide del asunto en poco tiempo, y más tarde no recuerdes esa conversación, ni con quién estabas, ni en dónde.

Piénsalo, analízalo, conviértelo en información. Tu cerebro es más importante que el teléfono.

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