Por ser diferente, ser rico o no tener dinero, estudiar mucho, no llevar el ritmo de las clases o comprender el material antes que el resto; por vivir lejos o frente a la escuela; por ser flaco, gordo, bajito, muy alto, usar lentes, no tener padre, estar apegado a la madre, por llevar cierto apellido, por recibir buenas notas o por reprobar las materias. Las razones por las cuales un grupo escoge a un niño para convertirlo en víctima de bullying son tan variadas como insensatas.
De cualquier manera, la niña solitaria sufre en silencio el ostracismo de sus compañeras, que se reúnen a la hora de formar equipos para una práctica deportiva o para estudiar. El niño rechazado mira a lo lejos a chicos de su edad que parecen felices, celebrando un triunfo en la cancha de béisbol. La alegría de los demás quizá no sea tan intensa como parece, pero el pequeño que es blanco de sus ataques así lo siente. El pensamiento de la víctima magnifica su importancia, agranda la felicidad ajena y profundiza la soledad propia.
Tener una familia unida y amorosa brinda protección y seguridad, pero los niños atraviesan por fases en que la aceptación del grupo escolar o los vecinos se vuelve fundamental para la salud mental. Si los chicos reciben burlas por su comportamiento, apariencia, etnia, lengua materna o cultura de origen, se sienten indefensos: no pueden cambiar esas características suyas, por más que lo intenten.
El tema es tan grave que llevó a la serie Adolescence, dirigida por Philip Barantini, al éxito de crítica por la calidad del argumento, guion, actuación y cinematografía; esta producción británica de cuatro episodios se estrenó en Netflix el 13 de marzo de 2025 y ha recorrido el mundo con un mensaje claro: un ser humano que crece excluido del resto puede guardar resentimiento hasta explotar.
Trastornos en el sueño, falta de apetito, sentimientos de soledad y tristeza, pérdida de interés en actividades que antes le gustaban, pueden ser consecuencias del acoso. Estos síntomas, si pasan desapercibidos para los padres, llegan a minar la fortaleza emocional y provocan ataques de pánico o ansiedad, así como trastorno de estrés generalizado.
Irene Vallejo, escritora española, ha declarado: “El acoso escolar es la gran impronta. A mis ocho años no tenía las herramientas para pensar y contarme lo que estaba sucediendo, quizá porque me imponían el silencio. Todos los niños decían que no se podía contar lo que sucedía en el recreo. Yo me sentía muy sola, no sabía por qué los demás me rechazaban”.
Vivimos en comunidad. Todos conocemos las consecuencias del acoso en diferentes grados contra el desamparado. Podemos ofrecer apoyo, abrir las puertas de nuestra casa, ayudar al niño a prepararse para un examen. Si miramos para otro lado, dejamos que el acoso crezca y el abusivo se podrá convertir en un político agresivo, que al llegar al poder se dedique a repartir dolor y violencia.