“Es una manera de explicarle a la gente el mundo de los sonidos. A veces, cuando usas herramientas visuales la gente entiende mejor los mundos sonoros, creo que a la mayoría le resulta difícil usar palabras para describir un sonido”. Esto fue lo que le dijo la música islandesa y protagonista de Bailando en la oscuridad, Björk, para la revista Rolling Stone al respecto de Fossora, su “álbum hongo” lanzado en 2022.

Desde otra trinchera menos colorida pero igual de hongosa, Jake Robinson y su equipo de investigación de la Universidad de Flinders (Australia) se preguntaron si acaso los sonidos pueden provocar algún cambio en el crecimiento y desarrollo de algunos hongos, particularmente del género Trichoderma que tienen características interesantes en la relación que existe entre microorganismos de suelos donde también crecen plantas. Trichoderma, un hongo de color verde, es considerado como promotor del crecimiento vegetal, además de antagonizar otros microorganismos patógenos y que, por lo tanto, son de interés agrícola para prevención de enfermedades en plantas.

Así como existen estudios de grabación que poseen estructuras que les permiten aislarse del sonido externo (entre otras características), los investigadores australianos diseñaron y construyeron cabinas de aislamiento para que los hongos estuvieran únicamente afectados por una frecuencia acústica que se ha estudiado en otros sistemas biológicos con resultados interesantes. Así que por cinco días un grupo experimental de hongos fue sometido al silencio; el otro, a una dosis de 8kHz por 30 minutos diarios (lo puedes escuchar aquí). Luego, midieron el crecimiento del hongo y la cantidad de esporas; donde cada espora podría generar la germinación de una nueva unidad fúngica.

Los resultados indican que en comparación con los hongos ensordecidos, los que fueron estimulados sonoramente crecieron casi el doble y generaron diez veces más esporas.

¿Qué le hace este sonido a Trichoderma que crece tan agustín? No lo sabemos, pero los investigadores creen que puede deberse a que las ondas acústicas interactúan con paredes celulares de los hongos y que esas tienen receptores que detectan las fuerzas mecánicas, muy similar a la manera en la que recibimos estímulos en la piel y tenemos “propiocepción” (como lo narramos en esta misma columna en 2021.)

Así que pequeñas dosis musicales generan cambios favorables en el caso descrito. Y ¿qué sucederá con estímulos prolongados? ¿Es viable considerar este un estudio análogo para impactos en otros sistemas biológicos, incluidos el humano? Al menos en esta publicación no hay una reflexión de esa naturaleza, pero hay otros estudios que podríamos abordar, desde términos meramente biológicos hasta en términos de seguridad laboral.

Fuentes:

Robinson et al. 2024; Biology letters, disponible en

Durán R. 2022; Rolling Stones, disponible en


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