Hay un tipo de virus que infectan bacterias que terminan por estallar y, por lo tanto, morir. Son “come bacterias” o bacteriófagos, que en la primera mitad del siglo XX y la primera mitad del XXI prometen controlar infecciones bacterianas.
En la Francia de 1919 la terapia de Fagos fue iniciada por Felix d'Herelle para curar la disentería. Años más tarde, en el Instituto Pasteur, George Eliava conocería este tratamiento. Inspirado, el joven, procedente de Georgia (Unión Soviética), volvería a su nación y fundaría un centro terapéutico mediante bacteriófagos, el Instituto Eliava. Así, mientras el mundo optaba por el uso de antibióticos cuando fue descubierta la penicilina en 1928, la Unión Soviética usaba fagos como parte del paquete estándar para tratar enfermedades.
Según reporta Pearly Jacob para la BBC, el Instituto Eliava le permitió a Esteban Díaz recuperar la calidad de vida, quien desde su infancia padece fibrosis quística por la bacteria resistente a tratamiento por antibióticos, Pseudomonas aeruginosa. Sin embargo, sus tratamientos han entrado en una categoría de “uso compasivo”. O sea, si no fuera su último recurso, no podría adquirir la terapia.
En el mismo texto, Jacob indica que la Organización Mundial de la Salud no ha considerado el uso de bacteriófagos como alternativa al uso de antibióticos; también apunta que “los fagos no se pueden patentar porque son productos biológicos”, lo que supone falta de interés por parte de las farmacéuticas para el desarrollo de tratamientos médicos.
Sin embargo, el sentido de urgencia puede motivar a gobiernos (y quizás empresas). Así surge la publicación de 2020 del investigador Jean-Paul Pirnay del Laboratorio de Biología Molecular y Celular de Bélgica: “Terapia de fagos en el 2035”. El autor declara que la “alegoría futurista se insertó en su artículo para resaltar la urgente necesidad de una solución” y que Jacob describe como “mitad artículo científico y mitad trama de ciencia ficción que retrata un futuro sombrío caracterizado por la superpoblación humana, importantes alteraciones de los ecosistemas, el calentamiento global y la xenofobia”.
Prospectivas y narrativas, posiblemente honestas y bien intencionadas, que construyen el pálpito de urgencia, que movilice a las instituciones gubernamentales para legislar al financiamiento a fluir y a lxs investigadorxs a trabajar en estrategias base fagos.
No es la primera narrativa construida con respuestas tecnocientíficas. Es un ejemplo más que da para el análisis de la objetividad y neutralidad de la ciencia, así como el interés y la seducción hacia tomadoras de decisiones para movilizar la maquinaria de producción de ciencia y tecnología, con la promesa de dar soluciones sociales.