Viajas y olvidas tu pasta de dientes favorita. Por suerte para ti, es un producto de una empresa transnacional que lo oferta en cualquier tienda. Lejos de casa logras satisfacer tus necesidades, acaso deseos, mientras observamos cuando menos dos fenómenos: la estandarización de un producto y la globalización, proeza más lograble con productos no-vivos, como tu pasta.

Las frutas y las verduras pertenecen a un sistema productivo que presiona los sistemas biológicos para lograr estandarización y presencia en mercados globales. Así, el proceso de industrialización de los arándanos fue documentado por Jessica Wang de la Universidad de British Columbia en Canadá, en una publicación del 2024.

Su historia comienza en el estado de Maine en Estados Unidos, cuna del arándano silvestre, donde se generó una industria con técnicas para incrementar la productividad y la incorporación en los sistemas de conservas enlatadas a finales del siglo XIX. Aún así, la autora cuestiona la noción optimista del desarrollo, pues así se omite el despojo y luego la explotación de los primeros recolectores, típicamente comunidades indígenas y migrantes canadienses-franceses e italianos. Aún así, para 1911, la industria del arándano en el condado ya se había convertido en un gran negocio que influyó en aspectos legales de explotación agrícola a favor de los terratenientes, y en impulsar la vinculación pública-privada.

En los inicios de esta industria, la distribución estaba altamente limitada al sitio de producción, a Maine. Sin embargo, investigaciones de Freferick Coville del Departamento de Agricultura en vinculación con Elizabeth Coleman White, productora de arándanos de Nueva Jersey, resultaron en hallazgos fundamentales, como la predilección del cultivo por suelos ácidos, para lograr la propagación a gran escala y diferentes latitudes. En 2013 México fue el octavo exportador mundial de arándano.

De la vinculación público-privada se enfatizó la necesidad de estandarizar las características del arándano para que fueran comercialmente viables: frutos grandes y fáciles de recolectar; o sea, no necesariamente más “sabrosos”. Así, se logró cierta dosis de uniformidad, dosis posible para una cosa viva, que resultó atractiva para los consumidores lejanos a las áreas donde el arándano era parte de la convivencia diaria y de la ingesta frecuente.

Hay paladares educados, o eso dicen. Yo pensaría que hay paladares lo suficientemente longevos y geográficamente cercanos a zonas productivas que pueden decir que “las cosas ya no saben como antes”. La estandarización resultó en la pédida de algunos atributos que algunas poblaciones como la de Maine reconocen, pues fueron elemento cultural. Hoy declaran con cierta dosis de nostalgia que el arándano ha perdido el sabor intenso que le caracterizaba.

La experiencia que unos pierden en lo local, otros ganan en lo global y claro, alguien lucra con ello.

Fuente:

“How fruit moves: Crop systems, culture, and the making of the commercial blueberry, 1870–1930” de Jessica Wang.

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