Había una vez un gusanito hambriento que, inconsciente de lo que comía, ingirió una bacteria muy peculiar que lo hizo retorcerse. Algo tenían esas bacterias que provocaron que sus diminutos músculos se contrajeran intensamente.

Lisa Timmons y Andrew Fire escribieron la historia anterior, aunque menos coloquial y fabulosa (en el sentido de fábula). En 1998 publicaron su investigación en la que usaron bacterias y gusanos muy frecuentes en el trabajo científico, conocidos como “E. Coli” y “C. elegans”, respectivamente.

Estudiaban las funciones que tienen unas moléculas muy similares al popular ADN, llamadas ácido ribonucleico, ARN, y encontraron que cierto tipo de éstas complementan químicamente a otras que producen proteínas, moléculas con las que forman una doble cadena como cuando el cierre de una mochila se cierra, y entonces la molécula productora de proteínas deja de ser visible para la maquinaria biológica. Es decir, las primeras moléculas de ARN evitan que las segundas productoras de proteína logren su función.

Así, hicieron que las bacterias fueran fábricas de ARN que complementaban con otras que tenía el gusano, las cuales sabían que cuando dejan de funcionar, dejan de producir una proteína, y que esto le provoca espasmos a los gusanos, movimientos que podemos observar y medir. Así, cuando los gusanos-sin-espasmos se comieron a las bacterias-fábricas, efectivamente, los gusanos se retorcieron.

Lisa y Andrew no buscaban el sufrimiento de los pobres animales sólo por entretenimiento, sino por comprender si es posible que lo que se produce en una bacteria puede generar cambios en el animal que las ingiere y si esos cambios pueden deberse al tipo de ARNs que se juegan en el inter. Y debido a lo que observaron, concluyeron que era altamente probable que ese fenómeno, llamado ARN de interferencia, podría participar en interacciones ecológicas naturales, en la defensa antiviral o en la comunicación durante la simbiosis. Es decir, una forma de relacionarse en el silencio, comunicación que provoca cambios en otro ente biológico, lo

que hasta entonces era poco conocido.

Tarde que temprano, la comunidad científica indagó en otras posibilidades, como tratar enfermedades humanas. Así, actualmente existen estrategias terapéuticas como “Bevasiranib” fármaco que, como cierre de mochila, complementa con otra molécula que produce una proteína en los ojos humanos y que provoca la degradación de la vista; en el peor de los casos, la ceguera. De tal manera que la tecnología actual nos permite “hacer moléculas invisibles para la maquinaria biológica”, cuyo efecto es hacer visible el ojo enfermo que ya no ve.

Fuente:

Timmons, L. y Fire, A. Specific interference by ingested dsRNA. Disponible:

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