Las plantas transgénicas se han encontrado en el debate público desde su despliegue comercial y productivo. En el año 2009, México salió de once años de moratoria que frenaba su uso en terreno nacional; esa pausa fue por la presión de un sector de la academia, activistas ambientales, entre otros actores. Pero los transgénicos comerciales emergieron a finales del siglo XX. Nuevos, nuevos, no son.
En los últimos años han surgido otras estrategias que evaden el uso de plantas genéticamente modificadas: tecnología RNA. A diferencia de las vacunas contra Covid-19 que también se fundan en tecnología RNA, las aplicaciones en plantas pretenden inhibir la producción de una proteína que es indispensable para el proceso infectivo de algunos bichos y este fenómeno se conoce interferente (lo que se interfiere, es una proteína). “Apuestas” tecnológicas que pretenden sustituir el uso de pesticidas químicos para de manera exitosa el “moho gris” (Botrytis) o marchitamiento por Fusarium, en frutos de jitomate y uva, hojas de lechuga y pétalos de rosa, por mencionar algunos cultivos.
Dejando de lado el costo actual para que lo apliques en tus plant-hijas enfermas, la forma de darle ese “medicamento” es relativamente sencilla: preparas la mezcla de sales de RNA en agua, lo pones en un atomizador y lo asperjas sobre las hojitas (o frutos, raíces e incluso semillas).
Pero reducir las posibilidades siempre es riesgoso. Accidentalmente podrías provocar plantas modificadas epi-genéticamente, como lo han advertido Dalakouras y colaboradores en su publicación de 2020.
Las modificaciones epigenéticas suceden por varios mecanismos en respuesta a factores externos, como el clima, disponibilidad de agua o nutrientes, y algunas son heredables en un concepto que han nombrado “memoria de estrés”. Este tipo de modificaciones pueden ser provocadas por RNA que genera un cambio químico (metilación) que alteran la lectura de genes, dejándolos más legibles o “escondidos”. Actualmente existen herramientas computacionales que permiten la predicción de estos eventos, lo cual permite reducir “daños colaterales” que comprometan la supervivencia de las plantas tratadas con tecnología RNA. Pero también es interesante que, al conocer ese efecto secundario, sea un área explorable para tratar semillas y que estas sean, por ejemplo, resistentes a sequía cuando crezcan.
Así, ¿las modificaciones epi-genéticas pasarán por el mismo escrutinio que las modificaciones genéticas? ¿Qué tan preparados estamos para esa conversación, en la opinión pública, técnica (ambiental, agronómica, económica) y legislativa?